Pablo Milanés: la coherencia de la virtud

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Nacido en la muy sonera ciudad de Bayamo, en 1943, Pablo Milanés se formó en los ambientes habaneros del bolero y el filin a principios de la Revolución. Su paso por agrupaciones como Sensación, Los Armónicos y Los Bucaneros, imprimieron a sus temas un fuerte acento popular, que nunca lo abandonaría.

Los musicólogos localizan en canciones como “Tú, mi desengaño” y “Mis 22 años” el tránsito, en la otra de Milanés, del filin a la “nueva trova”. Cuando el trovador se integra al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y conoce a Haydée Santamaría, en Casa de las Américas, a fines de los 60, viene de vivir en La Habana profunda y experimentar la represión cultural de aquellos años, con su arresto en una Unidad Militar de Apoyo a la Producción (UMAP), especie de campo de trabajo para jóvenes contraculturales.

Su presencia en el Movimiento de la Nueva Trova y el Grupo de Experimentación Sonora mostró siempre una inclinación por el ángulo más radical del transnacionalismo de izquierda en los años 60 y 70: por la paz en Viet Nam, contra el golpe de Augusto Pinochet en Chile, por la libertad de Angela Davis, contra el apartheid y el racismo en África, por la unidad de América Latina. El panafricanismo y la descolonización, que asociamos a la obra de Nina Simone y Miriam Makeba, fue perceptible en la música de Milanés, quien cantó en portugués y musicalizó a Agostinho Neto.

Dotado de una voz profunda y suave, con un registro envidiable, que lo hacía un virtuoso de las escalas y las segundas voces, Milanés desarrolló un sentido especial de la armonía y la melodía, donde se mezclaban exquisitamente el son, el bolero y, a veces, el rock. Algunos de sus temas clásicos, “Yolanda”, “Hoy la vi”, “Ya ves”, “Para vivir”, “El tiempo pasa”, son muestras cabales de esa hibridación, que acoge una lírica o versificación obsesionada con el tiempo y la vida, la muerte y el amor.

En su momento de mayor reconocimiento internacional, a partir de los años 80, cuando llenaba estadios en toda América Latina, Milanés tuvo la humildad de convocar a sus amigos músicos iberoamericanos (Ana Belén, Víctor Manuel, Caetano Veloso, Chico Buarque, Fito Páez, Gal Costa, Mercedes Sosa) a cantar y a grabar en La Habana. Caían las dictaduras militares en América Latina y el momento era propicio, no sólo para llenar aquellos estadios, sino para poner al público joven de la isla en contacto con una música silenciada bajo el autoritarismo.

Mientras, Pablo musicalizaba a Martí y a Guillén, compilaba sones y boleros, y exploraba formas autónomas de difusión como Proposiciones en la TV, la Fundación Pablo Milanés y su revista, dirigida por el poeta y crítico Jorge Luis Arcos. Fue entonces que comenzaron sus tensiones con la burocracia cultural cubana, que rechazaba aquellos proyectos, y que, hasta el último concierto, se propuso limitar su acceso a la juventud de la isla. Los más obtusos le dicen “traición”, pero se llama coherencia: la coherencia de la virtud.

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