La lectura nos regala la capacidad de imaginar, de ponerle rostro a los personajes y color y forma al espacio, poder recrear distintas épocas y viajar a lugares que no conocemos. Mientras leemos, nuestro cerebro va procesando las imágenes que vamos creando. En esta época donde lo visual ha cobrado relevancia, se suelen llevar a la pantalla adaptaciones de historias que fueron creadas para el papel. En ocasiones, cuando ya hemos leído el libro, la versión cinematográfica suele decepcionarnos, pero en contados casos, la imagen que el director nos ha brindado, suele ser bastante cercana a lo que habíamos imaginado.
Uno de los grandes fenómenos tanto literario como en su versión cinematográfica es la saga de Harry Potter. Ésta fue la causante de que toda una generación se interesara por la literatura fantástica. Jóvenes a quienes no les atraía leer se vieron atrapados por la pluma de J. K. Rowling, lo que obligó a los estudios fílmicos a invertir una gran cantidad de dinero y recursos para no decepcionar a los millones de seguidores. Los mejores directores se dieron cita para dar vida a los personajes y los espacios a los cuales los lectores ya habían dado vida, lo que era todo un reto. El resultado fue positivo, el fenómeno en la pantalla fue igual de extraordinario, convirtiendo a Harry Potter todo un referente en la literatura.
La ladrona de libros, de Markus Zusak, es otro ejemplo de una buena versión que supo llevar el tema de la angustia, la orfandad y el ámbito de guerra a la pantalla. En los momentos más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, la lectura es un refugio para quien quiere escapar de una realidad hostil. Liesel, una joven que ha sido acogida por una familia al quedarse sola, se convierte en una ladrona de libros que regala magia y esperanza a un joven judío, quien se esconde en el sótano de su casa y a su vez le regala historias. Sin embargo, la guerra y los bombardeos ponen en peligro todo aquello que conoce. Una historia que nos recuerda que en los conflictos armados también pueden nacer los más bellos sentimientos de solidaridad, amistad y empatía.
El tiempo entre costuras, de la española María Dueñas, es otro gran ejemplo de una buena adaptación a la pantalla. La serie logra recrear los espacios a la perfección, un Marruecos antes y durante la Guerra Civil española, y el Madrid de la posguerra. Una historia llena de emoción y suspenso. Cuando Sira lo pierde todo lejos de su país, lo único que sabe hacer es aquello que su madre le enseñó: coser, por cual monta un taller de costura donde el espionaje es la verdadera fachada.
El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, retrata la época de la llamada “generación perdida”, la cual queda atrapada entre las dos guerras mundiales. Después de sobrevivir a los horrores de la guerra, los jóvenes buscan vivir la vida al máximo; la fiesta, el derroche y el amor son los motores de esa sociedad estadounidense que está perdiendo los valores que eran considerados esenciales. Una historia que no decepciona, tanto en el papel como en la pantalla.
La catedral del mar, de Ildefonso Falcones, es un relato que tiene como telón de fondo la construcción de la catedral de Santa María del Mar en Barcelona en el siglo XIV. Arnau Estanyol ha tenido una vida muy dura, al igual que la mayoría de los trabajadores de la época. Los abusos e injusticias logran la empatía del lector que sufre junto con el personaje. La serie de ocho capítulos recrea los escenarios y la pobreza de la época, así como los grandes contrastes entre las clases sociales. La fe y la esperanza es lo que mueve al pueblo para construir una catedral del pueblo para el pueblo.
Éstas son algunas sugerencias para deleitarnos en la pantalla; sin embargo, la lectura siempre brinda un cuadro más colorido y realista donde cada uno puede dar rienda suelta a la imaginación y donde no existen los límites. Para poder sacar el máximo provecho, siempre será más satisfactorio leer la historia antes de ver su versión en una película o serie.