Como cada año, el 27 de enero es la fecha en la que recordamos a las víctimas del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. En esa fecha, hace 78 años, tuvo lugar la liberación de los presos en el campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau, en Polonia.
Hoy en día, la conmemoración de este acontecimiento representa un ejercicio de memoria en torno a los discursos de odio, al genocidio y discriminación de la comunidad judía a lo largo de la historia.
En estos tiempos no debemos olvidar cómo era el contexto que dio paso a la destrucción masiva de miles de familias judías y personas no judías, que no encajaban en el modelo social, racial y político de la Alemania nazi. No debemos olvidar que este exterminio ocurrió en un país que se consideraba desarrollado, y esto es importante, porque entonces podemos caer en cuenta de que las sociedades “avanzadas” en temas como ciencia y tecnología, no están exentas en sus estructuras de la discriminación y el racismo, con todos sus efectos, desde las prácticas más normalizadas, hasta la violencia más extrema que trastoca la dignidad y la vida de las víctimas.
En este mismo sentido, no debemos olvidar lo que Hannah Arendt llamó “la banalidad del mal”, en el contexto del Holocausto. Es decir, jefes militares que permitieron la ejecución de todos estos actos terribles porque, en sus palabras, seguían órdenes. Esto nos lleva a reflexionar que en la cadena de injusticias, no existe ningún eslabón que pueda detener las atrocidades si no se realiza ningún ejercicio de conciencia. Por eso es que recordar es tan importante, las cicatrices que deja este acontecimiento en la historia de la humanidad sigue siendo palpable y, si no promovemos estos ejercicios de reflexión, las sociedades, por más “desarrolladas” que estén, seguirán reproduciendo la discriminación, los discursos de odio y las injusticias.
El régimen nazi fue altamente discriminatorio, y sus acciones, que derivaron en la violación de derechos humanos y de aniquilamiento, se centraron en la comunidad judía por motivos religiosos y étnicos; pero también abarcaron a otros grupos sociales, como el gitano, por razones étnicas; los Testigos de Jehová, por motivos religiosos; a los comunistas, por razones ideológicas; las personas homosexuales, por argumentos moralistas, y a las personas con discapacidad, por supuesta inutilidad social.
El Holocausto debe ser conmemorado, hacer memoria de él, sobre todo para que aprendamos y que no vuelva a ocurrir algo semejante. En Israel se creó la organización Yad Vashem, Centro Internacional de Conmemoración de la Shoa (Holocausto). Yad Vashem significa “nombre permanente” y está basado en una cita del profeta Isaías: “Yo les daré lugar en mi casa y dentro de mis muros [...]. Les daré un nombre permanente [un “yad vashem”], que nunca será olvidado” (Isaías 56:5-7).
Este centro se encarga de recordar la Shoa, שׁוֹאָה como se le denomina en el ámbito judío, que literalmente significa “catástrofe”, y tiene una oficina en México que nos hace el llamado a no olvidar, a tener un nombre permanente. La comunidad judía hace bien en no sólo hablar de los seis millones de personas judías que fueron asesinadas, siempre recuerdan a los otros grupos que sufrieron el mismo destino.
El Holocausto es uno de los hechos más lamentables de la historia de la humanidad, pero hemos sido capaces de convertirlo en una gran enseñanza. Tras esta terrible tragedia, nos dimos el marco jurídico de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, aunque la humanidad está lejos todavía de cumplirlo, sin duda, tenemos rumbo hacia donde dirigirnos.