La desilusión y la literatura

LAS LECTURAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Recientemente leí la última novela del cubano Leonardo Padura, Personas decentes, la cual se centra en la pregunta de qué es una persona decente y si se puede conservar la decencia cuando el medio político y social que nos rodea nos va corrompiendo sin remedio. Adaptarse para sobrevivir en medio de una vorágine de ideas contradictorias que distan mucho de lo que significa tanto el bien como el mal en una definición simplista y totalitaria. Y entonces regreso a un tema que ya he planteado con anterioridad, ¿es la literatura un medio de denuncia, un censor de la realidad cotidiana?

La literatura es y ha sido siempre un medio de expresión, una herramienta que recoge los pensamientos de las más grandes mentes. Plasmar ideas, sentimientos y creencias a través de personajes tienen un impacto en aquel que lo lee, entonces por qué no usar el vehículo literario como un medio eficaz para crear conciencia a través de la denuncia.

Las grandes historias son aquellas que nos atrapan, que están tan bien construidas que nos sumergen en sus ideas y éstas anidan en nuestra mente ampliando nuestra visión y perspectiva a lo que quizá teníamos como ideología social o política, y entonces nos volvemos más críticos acerca del mundo que nos rodea y exigimos más de él.

Los escritores nos hablan de lo que conocen, aquello que les rodea o les llama la atención. Estamos viviendo una coyuntura, un momento de globalización y cambios estructurales en cuanto a pensamiento, política e incluso creencias religiosas. La literatura de denuncia está más presente que nunca, se escuchan voces reclamando justicia, seguridad e igualdad.

El tema de la inseguridad, delincuencia o feminismo es fuente recurrente en las plumas del mundo, y México no es la excepción. Novelas extraordinarias abarcan los temas que nos preocupan a cada uno de nosotros. Salvar el fuego de Guillermo Arriaga nos habla de la brecha entre dos Méxicos, aquellos que tienen miedo y los que tienen rabia. Una historia magistral, la cual por medio de dos personajes que se enamoran bajo circunstancias adversas, nos muestra la verdad de nuestro país, la delincuencia, el narcotráfico, la vida penitenciaria y el México de los privilegiados. Una obra que nos deja reflexionando acerca de lo que nos rodea y que no siempre queremos ver.

La cabeza de mi padre ,de Alma Delia Murillo, narra el viaje que emprende la autora para buscar a un padre al que no recuerda; pero el el recorrido de la autora es una travesía de todos por un México de desigualdad donde el abandono es parte del día a día. Un abandono literal del padre o simbólico en cuanto a la diferencia social, la falta de oportunidades y lo complejo que es salir adelante en una sociedad como la nuestra. Una extraordinaria novela que pone de manifiesto la orfandad del pueblo mexicano.

Niebla ardiente, de Laura Baeza, también relata un viaje que busca una hermana desaparecida; en esta odisea nos enfrentamos a un México lleno de peligros donde se abarcan distintos temas que permean la narrativa nacional: la inseguridad, feminicidios, el abandono y la salud mental.

No se puede ser indiferente ante la frustración que narran las historias que son espejo de nuestra realidad. Es responsabilidad de cada lector que ha sufrido una catarsis hacer algo con la indignación o la rabia que deja leer acerca de nuestro entorno.

Se escribe para no olvidar, para que quede huella de lo que se ve y se siente. Los temas de denuncia, frustración e indignación están presentes en las plumas de autores contemporáneos en todo el mundo. Algo estamos haciendo mal como sociedad cuando notamos una descomposición en el tejido social. Es hora de que cada quien desde su trinchera, hagamos algo para encontrar un camino más justo. Exijamos y actuemos, y agradezcamos a cada una de las lecturas que nos van abriendo los ojos invitándonos a dejar de ser una sociedad pasiva.

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Mónica Argamasilla
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