10 años de Razón

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

P ermítaseme la licencia para escribir, en esta entrega, una colaboración diferente.

Se trata de una reflexión personal, al cumplirse 10 años de mi primera contribución a las páginas de este diario, aquel ya lejano jueves 31 de enero de 2013.

Ha sido un privilegio que mucho me honra contar con un espacio semanal, de manera ininterrumpida, en el que se me permite expresarme con total libertad sobre distintos temas de mi interés. En un mundo de pluralidad y horizontalidad en el acceso y uso de las redes sociales, no deja de ser un distintivo que algunos medios de comunicación consolidados —como son los periódicos—, mantengan la tradición de que un puñado de colaboradores puedan expresarse en sus páginas de manera regular. Es un foro que aprecio y aquilato mucho.

Este privilegio no es menor, si se tiene en consideración lo que ha ocurrido en México y en el mundo en, por lo menos, los diez años a los que hago referencia. En aquel entonces, La Razón de México estaba, apenas, en su cuarto año desde su fundación, buscando consolidarse como una nueva alternativa informativa dentro del abanico de opciones de prensa (vendría después la exitosa colaboración con su homónimo en España). El país experimentaba una nueva alternancia política y, como hasta ahora, la dinámica de los medios de comunicación, dada la evolución tecnológica, enfrentaba importantes desafíos: la irrupción y vorágine de las fake news, la infodemia, los derechos de las audiencias, el cambio en el marco legal y un largo etcétera.

El mundo y el país han cambiado. No solamente por la pandemia, que nos marcó a todos como generación, dado su macabro reguero de muerte y sus devastadoras consecuencias en la salud pública. La relación entre el poder y los medios de comunicación ha sufrido movimientos, algunos a nivel terremoto. En específico, la actitud del Gobierno actual hacia los medios es gravemente elocuente: no es ningún secreto la creciente dificultad para ejercer con libertad y seguridad, la muy noble y necesaria tarea del periodismo, así como para mantener la viabilidad y vigencia de los medios de comunicación “tradicionales”. Todos los índices serios, cualitativos y cuantitativos, nacionales o en perspectiva comparada, reflejan con claridad la muy difícil realidad del periodismo y de la inmensa mayoría de los medios de comunicación en México, los cuales, además de las complicaciones financieras y de seguridad, deben de sortear un inédito clima de embates desde la cumbre del poder político.

Así que sirvan estas líneas para expresar mi agradecimiento a todo el equipo que me ha permitido sentirme en mi casa editorial. En primer lugar, a Don Ramiro Garza y a Ramiro, su hijo, por la confianza de concederme el espacio de opinión tras una primera publicación en homenaje luctuoso a mi maestro y amigo Alonso Lujambio; a Mario Navarrete, por su incondicional amistad y respaldo, aun en momentos complejos en la conducción del periódico; muy especialmente a Adrian Castillo, no sólo por su guía profesional, sino por las oportunidades que ha concedido para fomentar y detectar talento, en específico por el espacio concedido, entonces, de manera cotidiana a jóvenes talento (Raúl Abraham Castro y Juan Ramón Moreno), y por el que hoy se han ganado un lugar como columnistas permanentes en el periódico (Eduardo Nateras y Pedro Rodríguez), así como por permitirme incentivar el interés y fomentar el talento de decenas de brillantes estudiantes que han publicado en el espacio rotativo de Tinta ITAM; y, por último —que no al final—, al equipo de editores (Omar Castillo en especial) y al equipo administrativo. En general, pues, a la gran familia de La Razón, mi agradecimiento profundo por esta década de trabajo en equipo.

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