Dentro y fuera de lo político

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Podemos encontrar dos tendencias frente a lo político que, aunque se observan a lo largo de la historia, parece que se han ido acentuado en años recientes. Una es aquella que nos mueve hacia lo político en todas las dimensiones de la vida y otra que nos aleja de lo político en, por lo menos, algunas de esas mismas dimensiones.

De acuerdo con la primera actitud, no hay nada por fuera de la política, todo es político y así debe ser; es más, si algo parece no ser suficientemente político hay que politizarlo. De acuerdo a la segunda actitud, hay espacios que están fuera de la política, no todo es político y así debe ser; por lo mismo, si algo que no es político corre el riesgo de politizarse, estamos obligados a despolitizarlo.

El espacio de la política, nos dirían, es el único en el que se puede construir una mejor sociedad, en el que puede haber progreso moral, en el que los seres humanos pueden alcanzar su plenitud. Nada debe quedar oculto de la vista de los demás, porque en la oscuridad de lo apolítico brotan los vicios de la mezquindad

La primera actitud encuentra en lo político la plataforma que permite encontrarnos con los demás dentro de la comunidad, y, también, el terreno común en el que pueden florecer la fraternidad y la justicia.

La segunda actitud encuentra en lo apolítico la dimensión que nos permite proteger nuestra singularidad de la comunidad, y el espacio en el que se puede cultivar, sin interferencias externas, las virtudes privadas.

Vecinos de Santa María la Ribera, en CDMX, se manifiestan con baile por su derecho a esta actividad en la Alameda de la colonia, el pasado 19 de febrero.

La distinción entre lo político y lo apolítico es cercana, aunque no idéntica, a la de lo público y lo privado. Por eso, cuando decimos que todo es político, no podemos dejar de pensar que desaparece lo privado, ya que todo queda bajo el escrutinio público, de las reglas que se deben respetar en la esfera social. De esa manera, se ha afirmado, por ejemplo, que las relaciones más íntimas que se dan dentro de una familia, digamos, entre el esposo y la esposa o entre la madre y los hijos, también son políticas, ya que suponen una concepción acerca de cómo debe ser la vida humana, incluso en ese recinto doméstico. Para escapar de lo político, no se puede cerrar la puerta de la casa. Lo político entra por todos los resquicios y nos somete a sus juicios y a sus debates.

Se ha afirmado, por ejemplo, que las relaciones más íntimas que se dan dentro de una familia, digamos, entre el esposo y la esposa o entre la madre y los hijos, también son políticas, ya que suponen una concepción acerca de cómo debe ser la vida humana, incluso en ese recinto doméstico. Para escapar de lo político, no se puede cerrar la puerta de la casa

Lo político genera en algunas personas una sensación de fatiga e incluso de repugnancia. Nada más molesto para este tipo de personas que ver cómo su familia, su barrio, su universidad, su regimiento, su taller, su oficina, su iglesia o su club se politicen. Un argumento que se ofrece con frecuencia en contra de esa deriva es que los espacios antes señalados no pueden cumplir con su función de manera adecuada si se politizan, y, por eso mismo, hay que despolitizarlos al máximo, para que no se contaminen de la ambición, la envidia y el resentimiento. Desde este punto de vista, la politización es una epidemia que hay que mantener a raya. La política es algo malo, vicioso, que hay que dejar por fuera de esos espacios en los que se cultivan valores que no deben mancharse por la suciedad de lo político. Podemos observar esta actitud en algunos autores de la tradición liberal, que consideran que a la política hay que ponerle límites que le permita a las personas disfrutar de un espacio privado, en el que puedan desarrollarse con libertad.

De manera opuesta, a otras personas lo político les genera una sensación de entusiasmo y de renovación. El espacio de la política, nos dirían, es el único en el que se puede construir una mejor sociedad, en el que puede haber progreso moral, en el que los seres humanos pueden alcanzar su plenitud. Nada debe quedar oculto de la vista de los demás, porque en la oscuridad de lo apolítico brotan los vicios de la mezquindad, la avaricia y la amargura. A veces se afirma que la supremacía de lo político es una condición del imperio de la razón, ya que la razón está fundada en el diálogo y el diálogo sucede en un espacio común, en el que todos tienen la misma voz y el mismo derecho a hablar. La resistencia a la politización de los espacios antes señalados —como la familia, el barrio, la oficina o la escuela— se describe, entonces, como una excusa para preservar privilegios, desigualdades y opresiones. Tenerle miedo a la politización, se afirma, es tenerle miedo al reclamo justo de los demás.

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