Silicon Valley Bank y la fragilidad de la economía

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Un hecho profundamente simple y aterrador está detrás del colapso del Silicon Valley Bank (SVB) en cuestión de días: los bancos no son un almacén del dinero de sus cuentahabientes, sino maquinarias que tan pronto reciben recursos, los prestan y ponen en circulación para incrementar los ingresos del propio banco.

Esto no es ninguna noticia ni novedad, pero sólo en algunas ocasiones nos detenemos a pensar en cómo nuestras instituciones existen gracias a la creencia colectiva y, a pesar de su aparente estabilidad, podrían desvanecerse en el aire en cuestión de horas cuando aparece una tormenta perfecta. Si todos los dueños de cuentas bancarias decidieran retirar al mismo tiempo sus ahorros del banco, el sistema económico contemporáneo colapsaría, pues ninguna institución bancaria mantiene en sus reservas todo el dinero que sus clientes tienen ahorrado y depositan día con día. En el caso estadounidense, las regulaciones actuales establecen que los bancos deben tener disponibles en sus reservas como mínimo 10% del total de recursos que administran. El 90% restante de dinero sólo existe en los registros, pues es usado por los bancos para realizar inversiones, préstamos y otras actividades financieras.

La caída al abismo del SVB se remonta a una serie de decisiones en que invirtieron una buena parte de sus recursos en bonos del gobierno estadounidense. Esto no era una mala decisión per se, pues los bonos del gobierno son instrumentos de inversión que no ofrecen grandes tasas de interés, pero son sumamente confiables. Sin embargo, cuando las tasas subieron debido a la política monetaria expansiva de la Reserva Federal para tratar de controlar la inflación creciente, el SVB se encontró con la paradoja de que ese dinero que había sido invertido previamente en tasas más bajas no podía ser utilizado para obtener mayores rendimientos con las tasas actuales.

Una de las fuentes principales de recursos del SVB estaba asociada a las propias empresas tecnológicas de Silicon Valley en California, pero después de la pandemia estas compañías pasaron por dificultades que las han obligado a retirar dinero de sus cuentas bancarias. El SVB supo que se acercaría a una zona de riesgo si no contaba con el capital suficiente para poder atender las solicitudes de retiros de sus clientes. Por ello, junto con Goldman Sachs, elaboró una estrategia para vender sus bonos asumiendo una pérdida de 1,800 millones de dólares, pero que les permitiría volver tener dinero a disposición. Esta operación fue anunciada para dar calma a sus clientes.

El problema es que pocas cosas pueden poner más nerviosas a las personas que pedirles calma y anunciar que todo está bien en un escenario de incertidumbre. Y eso sucedió. Los clientes entraron en pánico y comenzaron a retirar masivamente su dinero, pues temían que estuviera en riesgo. Así, hubo una especie de profecía autocumplida, pues el banco llegó al colapso y a tener que ser intervenido por el gobierno. Así, en cuestión de días regresamos a la incertidumbre de 2008, cuando por última vez quebraron instituciones bancarias. El riesgo de contagio a la economía global parece haber sido controlado, pero no existen garantías, pues todo nuestro sistema no deja de ser una construcción social maravillosa pero frágil.

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