Hace días me topé, en la cuenta de Instagram Musical Philosophy (síganla, es extraordinaria), con un reel de la violinista alemana Anne-Sophie Mutter. Ahí señala que la partitura es un mapa: a ella, la intérprete, le corresponde revelar los árboles y las flores, de modo que el recorrido por el paisaje volcado en el papel resulte tan de gusto para el escucha como lo fue para la o el creador.
Cuánta sabrosidad encuentro en esa idea, la sabía sin saberlo. Las músicas son, sin duda, repertorio infinito de escenas: un lago cuando amanece, una fiesta de estruendo, espesuras, lo crudo de la calle tras una pelea, el mar en borrasca, ese parque con niños, una tormenta en la nieve, el edificio antiguo y digno, aquellos cactus. Además, cada vista lleva emparejadas pulsiones, sentimientos.
En este sentido, desde octubre de 2021 he visto aumentar mi disfrute musical. Estiré los márgenes al añadir a creadores que desconocía, como Florence Price o Franz Krommer. Sumé piezas a mi soundtrack individual. Menciono tres: la Sinfonía No.1, de Gustav Mahler, Sigue siendo arena, de la mexicana Andrea Chamizo, la Sinfonía No. 29, de Wolfgang Amadeus Mozart. Durante aquel otoño acepté la invitación de presentar los conciertos de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, para los programas dominicales que transmiten TVUNAM y Radio UNAM.
Aunque llevo años de conducir televisión y me fascina hacerlo, éste es de los proyectos que más me han significado. Por un lado está oír con atención las piezas antes y durante el concierto, para aportar un acercamiento fresco desde mi experiencia como escucha, como escritora. Me he familiarizado con las compositoras Lili Boulanger y Tania León, conocí a directoras de orquesta excepcionales que la OFUNAM ha tenido como huéspedes, entre ellas Jeri Lynne Johnson y Julia Cruz. Me emociona atestiguarlo: mi universidad pone el reflector sobre mujeres de la música.
Por otro lado busco, ante la cámara, honrar el trabajo de los profesionales que no salen a cuadro: Valeria, Montserrat, Alejandro, Samantha, Arturo, camarógrafos, equipo de producción; además, claro, la OFUNAM en su conjunto, solistas, directores invitados y Sylvain Gasançon, director titular. Entender mejor la historia de las piezas, procesar cómo embona el engranaje de cada concierto me ha dado una ricura interior que festejo de veras. Añadió tonalidades y espesor emocional a mis días. Lo agradezco desde los hígados a José Wolffer, director de Música UNAM; a Diana León, subdirectora de producción y a Iván Trujillo, director de TVUNAM.
Ahora debo soltar la conducción para concentrarme en escribir El lado B de la cultura, volumen 2. Lo lamento en serio, pero ya tengo bajo la piel este vicio de explorar a nuevas y nuevos compositores de concierto porque, según subrayan tanto el personaje de Cate Blanchett en Tár como Oliver Sacks, en esa música existen panorámicas que me calman, me animan, me consuelan, me emocionan. La neta, salí ganando.