Moral y economía del agua

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Hace años, tuve un vecino que todos los días, cuando el sol estaba en su cénit, le daba por regar unas plantas que tenía en el patio. Abría la llave hasta que saliera un chorro grueso y luego abandonaba la manguera sobre el pasto, durante un largo rato. Así pasaba, casi una hora, con el líquido saliendo a borbotones. Un día ya no aguante más, toque a su puerta y le pedí amablemente que cerrara la llave porque el agua se desperdiciaba de manera absurda. El vecino me miró extrañado y me respondió con estas palabras que nunca he olvidado: “¿A usted qué le importa? Es mi agua. Yo la pago”. Y me cerró la puerta en las narices.

La respuesta de mi exvecino se presta a una serie de cuestionamientos que nos conciernen a todos.

Lo primero que podría decirse es que ese hombre partía de una situación de privilegio: tenía agua corriente en su casa, cuando hay tantos seres humanos que no tienen esa suerte.

Esta consideración apunta a una condición más general que no podemos ignorar cuando nos ocupamos del tema: el agua potable es un recurso escaso que está distribuido de manera desigual. Por lo mismo, para evaluar desde una perspectiva moral la respuesta que me dio el exvecino, no podemos dejar de tomar en cuenta el dato anterior. Repito: una moral del agua debe partir del hecho concreto de que hay poca, cada vez hay menos, y su distribución no es equitativa, aunque todos la necesitamos por igual.

¿Tenemos derecho a desperdiciar el agua por la que hemos pagado? ¿Somos responsables ante los demás por el mal uso que hagamos del líquido que almacenamos en nuestras cisternas? ¿Tenemos una obligación moral de compartir el agua con los demás? ¿Es correcto afirmar que alguien es dueño exclusivo de cualquier cantidad de agua potable?

Es evidente que estas preguntas no tienen respuestas fáciles. Para resolverlas, no podemos hablar en el aire: necesitamos contar con los datos relevantes. Saber cuánta agua hay en la localidad en la que se plantea el asunto, saber qué problemas materiales existen para su distribución, saber cuáles son las expectativas para resolver los retos hídricos a los que nos enfrentamos. Pero las respuestas no pueden limitarse a esas cuestiones. El elemento moral no puede ignorarse, porque de lo que estamos hablando, a fin de cuentas, es de las creencias, actitudes y prácticas de las personas ante este problema.

Las preguntas sobre el agua deben plantearse en el foro público, para que podamos llegar a un consenso social que nos permita tomar medidas colectivas. Pero esas preguntas también deben plantearse en el espacio privado, para que podamos tomar medidas a nivel doméstico. En cada casa debería haber un diálogo muy serio acerca del tema del agua, que involucre a todos sus miembros.

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Francisco Reséndiz