La noche de antier y el día de ayer quedarán marcados en la historia de Israel y el pueblo judío. En la tarde de antier medios de comunicación anunciaron una noticia que causó pánico en el país.
El primer ministro, Netanyahu, decidió despedir al ministro de Seguridad, miembro de su partido, después de que éste llamara a suspender la revolución judicial que, según reportes de inteligencia, es una amenaza directa a la seguridad nacional. Para millones de israelíes la foto era clara, Netanyahu no pararía en su camino a destruir la democracia israelí, ni siquiera las advertencias del ejército y el presidente Biden lo detendrían.
Pronto el pánico se convirtió en enojo, y de forma absolutamente espontánea, miles y miles y miles de ciudadanos salieron a las calles de Tel Aviv, Jerusalén, Haifa, Beer Sheva y docenas de ciudades alrededor del país. Sólo en Tel Aviv, 100,000 personas, casi todas jóvenes, ocuparon la carretera principal, encendiendo fogatas y cantando a gritos: “Si no hay igualdad, ocuparemos las calles; se toparon con la generación equivocada”.
Por horas y horas, brincando, gritando, con tambores y miles y miles de banderas, los manifestantes salieron en masa con un mensaje claro: Israel no será dictadura. Temprano en la mañana, la Federación Nacional de Trabajadores y los líderes empresariales más grandes del país; es decir, el sindicato nacional y la industria privada, en una escena nunca antes vista en la historia de Israel, acordaron declarar una huelga general en conjunto. Pronto se les unieron la Asociación Nacional de Médicos (todos los hospitales), las universidades nacionales, las asociaciones de estudiantes de secundaria y preparatoria, la organización de gobiernos locales y el cuerpo diplomático israelí. La ciudad de Tel Aviv, las grandes cadenas de plazas comerciales e incluso cines y McDonald’s cerraron sus puertas y el sindicato de aviación, que lidera un miembro del partido de Netanyahu, suspendió los vuelos en el aeropuerto internacional Ben Gurión.
Pronto, ministros y miembros del parlamento del Likud llamaron a pausar la reforma. Después de que los partidos ortodoxos cedieran, el arquitecto de la reforma, el ministro de Justicia, Yariv Levin, terminó por rendirse. Fue una expresión de fuerza ciudadana, una lucha de más de catorce semanas seguidas, huelgas, disturbios y protestas que lograron cautivar la atención del mundo y forzar a Netanyahu a ceder. La fuerza de las protestas fue tan grande que según encuestas de hoy, 60 por ciento de los votantes de Netanyahu está a favor de parar la revolución judicial.
Sin embargo, si algo demostró Netanyahu con el despido del ministro de Seguridad, y su afronta a las fuerzas armadas, es que en el momento más débil de su larga carrera política, el primer ministro ya no tiene límites. Para evitar que Ben Gvir, ministro de Seguridad Interior y líder de un partido de extrema derecha, dejara la coalición Netanyahu firmó un acuerdo en el que promete crear un grupo de seguridad independiente, que quedaría a manos del ministro. En su discurso ayer en la noche, después de horas de silencio, Netanyahu prometió que ésta es sólo una pausa, hasta el siguiente periodo parlamentario. Las masas, atentas, ya se saben todos sus trucos y no pararán hasta que la reforma pase al basurero de la historia.