Ganarse la vida

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Hay frases ordinarias que capturan de manera sucinta realidades muy hondas de nuestra existencia.

La expresión “ganarse la vida” es común en el idioma español. Significa todo lo que tenemos que hacer para satisfacer nuestras necesidades más básicas: alimento, vivienda, vestido. La expresión también se usa como equivalente del verbo “trabajar”, no en el sentido de realizar una tarea que puede resultar original o interesante o creativa, sino en el de cumplir con una exigencia laboral que nos permita ganarnos el pan de cada día.

La frase “ganarse la vida” esconde una cruel condición, por lo que puede entenderse como un eufemismo. Ganar, en este caso, significa no perder. Ganarse la vida, por lo mismo, es no perderla; es decir, no morirse de hambre o de frío o de enfermedad. El imperativo de ganarse la vida nos repite su dura exigencia desde el alba hasta el crepúsculo. Quien vive para ganarse la vida vive al día; su existencia es una lucha feroz en la que no puede tolerarse una derrota.

Hay otro sentido de la frase “ganarse la vida” que asoma su rostro sonriente a lo lejos. Ganarse la vida, desde este punto de vista, es obtener lo mejor de ella, como quien gana un premio o una apuesta o un juego de cartas. En este caso “ganar” no significa tramposamente lo mismo que “no perder”, sino lo que el verbo significa de manera plena; es decir, obtener el mejor resultado, recibir un galardón, ser favorecido por la fortuna.

Todos los que se ganan la vida en el primer sentido, sueñan con ganársela en el segundo. No debe extrañarnos que una utopía recurrente en la historia humana sea que nadie tenga que ganarse la vida en el primer sentido, para que todos puedan ganársela en el segundo.

Marx afirmaba que en el comunismo las personas se liberarían de los yugos de la explotación capitalista, y que entonces podrían dedicarse a las actividades que ellas eligieran, como pescar en un río o pintar una acuarela. Por desgracia, el ideal de Marx no se cumplió en la mayoría de los países comunistas; en ellos, la gente tuvo que seguir “partiéndose el lomo” para mal ganarse la vida. En los países capitalistas, por su parte, los movimientos sindicales lograron reducir las jornadas, elevar los sueldos y asegurar la pensión de los trabajadores. No debe extrañarnos, por lo mismo, que en Francia estén levantando barricadas en las calles para defender el derecho a la jubilación o, para decirlo con otras palabras, el derecho a poder ganarse la vida, en el segundo sentido, después de haber dedicado décadas a ganársela en el primero.

Santa Teresa de Jesús expresó otra modalidad de la misma ilusión, cuando dijo, en un verso célebre, que “al perder esta vida, ganamos otra que es el verdadero premio”.

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Josefina Vázquez Mota