La tarde de ayer, Donald Trump dio una entrevista a Tucker Carlson sobre el proceso judicial que enfrenta en Nueva York. Se trata de la primera aparición larga que hace Trump después de que se le fincaron cargos, la semana pasada.
El primer punto por resaltar es que, al rey de la televisión en vivo, le costó siete días recuperarse de la experiencia de ser acusado y fichado en una corte penal. Varios analistas coincidimos en que el lenguaje corporal, la expresión y el inusitado silencio de Trump daban cuenta de cuán complicado resultaban esos momentos.
Sin embargo, siete días más tarde, Trump contaba una historia completamente distinta. La entrevista inició con una frase demoledoramente falsa: “Las personas que trabajaban en la cárcel de Manhattan lloraban mientras lo procesaban antes de su lectura de cargos”.
Sin ningún ánimo de ofender, lo que dijo Trump es falso. Supongo que eso le habría gustado que ocurriera, que en sus fantasías piensa que eso debió haber pasado; pero, no. No fue así. Lo que vimos fue un trato frío por parte de los policías, no mucho más que eso.
Además, en la entrevista citó a una serie de comentaristas de Fox News, quienes han dicho que es inocente de los cargos de Nueva York; esto lo utilizó como evidencia de que no es culpable de ninguna de las 34 acusaciones. La fragilidad del argumento es tanta que, nuevamente, resulta imposible de creer.
Frente a preguntas específicas, Trump trató de confundir a la audiencia desviando la atención. Se le cuestionó ¿quién es el mayor problema para Estados Unidos? ¿China? ¿O Rusia? ¿Tal vez sea Corea del Norte? Y Trump refirió que había declarado que: “El mayor problema de Estados Unidos es interno; son los radicales enfermos”, en referencia a los demócratas.
Por si fuera poco, remató diciendo que: “Putin, es muy inteligente. Ahora, probablemente haya tenido un mal año. No olviden que todo esto será así... si se apodera de toda Ucrania”. Con esto, da la espalda a la posición de la OTAN y valida la invasión y los crímenes de guerra que se han cometido.
Finalmente, no perdió oportunidad para halagarse a sí mismo diciendo que: “Yo también soy ecologista, a mi manera, porque he hecho un buen trabajo con el medioambiente”. Para este momento, era difícil distinguir entre el delirio, el autoelogio narcisista, la distorsión de la realidad y un brote psicótico.
Una vez más, vimos una transmisión de Fox News que parecía una serie de ficción, en la que el entrevistador hacía una prueba a un participante con discapacidad visual, que no distingue formas, colores ni tamaños y que, a pesar de ello, insiste en ser corredor de autos de Fórmula 1. A todas luces, el riesgo es altísimo para todos: para la escudería dueña del automóvil, para los otros pilotos, para el público y para los mecánicos. Ese disparatado incapaz es Donald Trump. Y por más sex appeal que tengan sus burdas mentiras y sus teorías conspiracionistas, tenemos la obligación de tomarnos la carrera en serio: nuestras vidas están en juego.