Macron se ha anotado una victoria importante de cara a uno de sus grandes propósitos como gobernante: la reforma de pensiones. A pesar de que se estima que entre 60 y 70% de los franceses está en contra de aumentar la edad de jubilación de 62 a 64 años, el Consejo Constitucional le ha dado luz verde para promulgar la ley sin que tenga que pasar por el Parlamento.
Esta impopular iniciativa ha traído consigo un costo político importante para Macron. Se han registrado múltiples protestas tanto espontáneas como organizadas por sindicados, la izquierda y la derecha radical. Todo el mundo se ha volteado contra el presidente en este tema, por lo que esta victoria podría complicar grandemente el resto de su mandato.
No es la primera vez que Macron es tachado de actuar como una especie de monarca absoluto. Es por todos sabido que el presidente tiene ciertas ínfulas con las que no está del todo incómodo. Esta vez, lo muestra al pasar su reforma sin que tuviera que discutirse ampliamente en el Parlamento y evitando a toda costa la opción de un referendo en el que seguramente hubiera perdido. La gente no ha pasado por alto este detalle al reclamar una verdadera democracia que no se limite a la elección presidencial cada 5 años. Sin embargo, Macron fue electo por el pueblo y se sabía que esta propuesta era parte de su agenda.
La idea de subir la edad de jubilación de 62 a 64 años no es descabellada si se consideran factores como la baja en la tasa de natalidad y la elevación de la esperanza de vida. Sin embargo, el Consejo Constitucional ha colocado una bomba de tiempo en la reforma al no avalar algunos artículos en los que se incentivaba la contratación de adultos mayores por parte de las empresas. Actualmente apenas 30% de los franceses arriba de los 60 años tiene trabajo. Elevar la edad de jubilación sin responder la problemática de la falta de empleo para los adultos mayores es dejar en el desamparo a los trabajadores.
La población tiene derecho a manifestarse y debería leer las letras pequeñas de esta reforma para que, al promulgarse, incluya garantías en su ejecución. Sin embargo, los líderes políticos que han aparecido en escena están más preocupados por sus intereses personales que por asesorar o guiar el debate público. Ahí tenemos a Marine Le Pen, líder de la extrema derecha, y a Jean-Luc Mélechon, líder de la izquierda populista, ambos excontendientes a la presidencia y con aspiraciones vigentes a ella, sacando votos y titulares mientras ensanchan la brecha que se ha formado entre el pueblo y el gobierno. La alternancia, proponen desde un populismo simplista y lamentable, será la solución al conflicto.
Así, Macron obtiene una victoria que podría costarle la elección y su legado.