25 años de legado y vigencia de Octavio Paz

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Se cumplen 25 años del fallecimiento de Octavio Paz, ocurrido el 19 de abril de 1998.

La efeméride es relevante para destacar la obra de una de las más grandes glorias de las letras nacionales e iberoamericanas, el primer referente cultural de su generación, el poeta y ensayista mexicano más universal, el único compatriota —hasta ahora— en ser reconocido con el Premio Nobel de Literatura (en 1990).

La inmortal y monumental obra de Octavio Paz dejó su impronta desde poco antes de la segunda mitad del siglo XX. Qué decir de esa magna obra, El laberinto de la soledad —en palabras de Enrique Krauze, leal custodio de la obra de Paz, “la piedra de Rosetta del enigma o, más ampliamente, del jeroglífico que es México” (Krauze, Spinoza en el Parque México, 2022)— y su ensayo de continuidad, Posdata. Generaciones enteras de mexicanos han recurrido a ambos como textos imprescindibles en distintos cursos de literatura, filosofía, sociología o política. Y, por supuesto, Vuelta, ese proyecto personalísimo de difusión cultural y de defensa a ultranza de la libertad y la democracia, casa editorial de un importante núcleo de intelectuales mexicanos y extranjeros, con enorme trascendencia internacional.

Más allá de la grandeza de la obra de Paz, hay un aspecto de su personalidad política de la mayor trascendencia y profundamente actual, dados los debates contemporáneos y las innegables pulsiones autoritarias del gobierno en turno. En la misma obra de Krauze antes referida, el autor recuerda lo que significó Plural, revista que fue antecedente directo de Vuelta, como ariete en la gran batalla para desmitificar a la Unión Soviética y el “socialismo real”, batalla que “sería el prolegómeno de una guerra intelectual y política entre el liberalismo democrático y el socialismo autoritario que, con sus mutaciones populistas, llega hasta nuestros días. Y en esa batalla Octavio Paz fue un titán”. La contundencia del juicio no tiene desperdicio.

En estos tiempos de deterioro institucional, derroteros autoritarios, esfuerzos desde el poder por asfixiar la pluralidad e imponer una sola visión, es imprescindible resaltar la batalla que Paz, otros colegas de su generación y, por supuesto, sus discípulos, han librado desde hace muchas décadas por la libertad, la defenestración de los regímenes totalitarios y hegemónicos y la consolidación de la democracia liberal. Muchos integrantes de esa generación, de hecho, fueron conversos, tras desilusionarse de las falacias socialistas y “revolucionarias” imperantes alrededor de la mitad del siglo pasado.

La única vía para convivir en la pluralidad y riqueza de la diferencia, reside en la apuesta por la democracia liberal, a pesar de —o, quizá, justamente por—su gradualidad: “La democracia no puede resolver nuestros problemas. No es un remedio sino un método para plantearlos y entre todos discutirlos. Además (y esto es lo esencial), la democracia liberará las energías de nuestro pueblo […] No pido (ni preveo) un cambio rápido. Deseo (y espero) un cambio gradual, una evolución” (Paz, Hora cumplida, 1985). ¿Qué remedio podría resultar mejor, ante la demostrada insuficiencia de las soluciones mesiánicas y el cada vez más grave peligro de regresión autoritaria?

Hace unos días, en el homenaje central a Paz, celebrado en El Colegio Nacional, coordinado por Gabriel Zaid y Enrique Krauze, la presidenta de la benemérita institución, Susana Lizano, comentó que, siendo respetuosos de los procesos legales, había confianza en que pronto se cumpliría la última voluntad del premio Nobel: que el archivo y patrimonio cultural de Octavio y Marie José Paz sea finalmente resguardado por El Colegio Nacional. Que así sea, por el bien de la cultura mexicana y en honor a uno de los mexicanos más ilustres de todos los tiempos.

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