Existe un público que se alimenta activamente de contenido que pronostica un exterminio nuclear, una guerra total, una pandemia mortal, golpes de Estado, y que lo hace no con fines informativos, sino de entretenimiento. En ese sentido, así como existe esa demanda, existe una oferta de contenidos sensacionalistas, de noticias exageradas, de teorías de conspiración, contenidos ultra-gráficos que alimentan esta pulsión social por ver el mundo arder. Se trata de una psique colectiva que muestra su extremo cuando nos acercamos al mundo de las sectas, pero existe un reflejo social que se manifiesta activamente de manera superficial.
Para muchas personas la vida es aburrida y debe ser aderezada con un componente de intriga, misterio y secreto. El componente primigenio de todo este fenómeno nos ha acompañado desde que el ser humano habla: el chisme. El chisme no sólo rellena vacíos de información, sino que también alimenta el alma. El chisme no sólo es un lubricante social, sino que está mercadologizado, monetizado y politizado.
Uno de los temas que generan una reacción interesante tiene que ver con la salud de los mandatarios. En su tiempo, era un rumor esparcido que el Presidente Peña padecía cáncer de tiroides. Esta semana la salud del Presidente López Obrador ha alimentado toda clase de rumores, que iban desde un contagio de Covid-19, un infarto o una embolia. Sin duda alguna, la salud del Presidente es un asunto de seguridad nacional y por tratarse de quien se trata, necesariamente es un asunto político que va a llevar a toda clase de posicionamientos. Pero, en estos eventos, nunca faltan las teorías de conspiración, las lecturas perspicaces, las ficciones alarmistas que atraen con su contenido la atención no por el interés en la política o la salud, sino porque alimenta la necesidad social de generar escenarios de caos y catástrofe generando la impresión de que el fuego no quema.
Afortunadamente, el Presidente salió a explicar su estado de salud y recriminar el uso político de su estado de salud por parte de sus adversarios. Pero este evento reveló un síntoma social interesante, que es que parece que para muchas personas el mundo político, sino es que el mundo en general, es un mundo aburrido que tiene que ser alimentado con ficción, violencia y conspiración. No basta con la polarización alimentada entre conservadores y liberales, la política, para ser interesante y consumida, no debe ser procedimental, ordenada y pacífica, sino explosiva, críptica y apocalíptica. El asunto se vuelve más sombrío en política porque el uso de esta clase de “chismes” no sólo tienen la capacidad de rellenar información, sino de trastornar y transformarla, alterando el estado de la realidad y generando una afición por los problemas y no por las soluciones, una adicción por el conflicto y no por el consenso.