E n el análisis de las relaciones entre las Américas, las del Norte y las del Sur, emergen, entre otras palabras, “asimetría” y “desinterés”. Que América Latina y el Caribe no sean prioridad para la política exterior de Estados Unidos o Canadá, o que sólo lo sean para reafirmar una hegemonía, se esgrime como explicación recurrente del deterioro de los organismos interamericanos.
Un estudio reciente, impulsado por tres instituciones académicas latinoamericanas, El Colegio de México, la Universidad de los Andes en Colombia y la Universidad Torcuato Di Tella en Buenos Aires, y redactado por los colegas Guadalupe González y Juan Cruz Olmeda, propone un diagnóstico exhaustivo de ese deterioro. A partir de la experiencia de la última Cumbre de las Américas, en Los Ángeles, pero también del funcionamiento de instituciones como el Banco Interamericano de Desarrollo y la Organización de Estados Americanos, el reporte llama la atención sobre el estancamiento de la colaboración hemisférica.
Sin desconocerlos, el diagnóstico va más allá de los tópicos del “desinterés” y la “asimetría”. El análisis discursivo de las intervenciones de los jefes de Estado en el encuentro de Los Ángeles, reveló que los temas predominantes eran de carácter doméstico y raras veces aludían a los foros o mecanismos interamericanos. Para la mayoría de los gobiernos, la relación entre América Latina, el Caribe, Estados Unidos y Canadá es de alto valor en términos bilaterales, pero no multilaterales.
En los últimos años hemos visto desfilar por la Casa Blanca a varios presidentes de la izquierda latinoamericana: López Obrador, Alberto Fernández, Gabriel Boric, Gustavo Petro o Lula da Silva. Sin embargo, esa fluidez bilateral no se traduce en una mayor apuesta por los foros interamericanos. El informe citado, que lleva por título “(Co)construyendo una agenda estratégica para las Américas”, sugiere que esa paradoja tal vez esté relacionada con una imprecisa identificación de problemas comunes, que afectan a todo el continente.
Tres serían las áreas que, según estos académicos, acumulan mayores demandas compartidas de Canadá a Chile y de Argentina a Estados Unidos: desigualdades, migración y cambio climático. En las tres, los indicadores de todos los países han sufrido un retroceso alarmante en las últimas décadas y ya comienzan a establecer nexos de interdependencia: el aumento de las desigualdades y el desastre ambiental intervienen en el crecimiento del potencial migratorio.
Con frecuencia, el eje de la política interamericana está puesto en la tensión entre democracia y autoritarismo, la cual es inocultable y decisiva en un contexto global de erosión democrática. Pero ese eje pierde de vista, con frecuencia, que las posibilidades de colaboración entre todos los gobiernos del continente son enormes si se otorga mayor visibilidad a las inequidades, las diásporas y el tránsito energético.