L os niños no son blancas palomitas. Eso lo sabemos. Muchas veces son crueles. Muchas veces son violentos. Lo que no deja de resultar sobrecogedor es que, en ocasiones, sus travesuras crucen una delgada línea y se transformen en maldades, y que, a veces, incluso, esas maldades se conviertan en crímenes. Asusta que los niños más inocentes sean capaces de cometer las atrocidades más espantosas.
¿Cuál es el origen del mal en los niños? ¿Es una tendencia innata? ¿Es una reacción al medio? ¿Es causado por la influencia nociva de alguien más?
La película noruega Los inocentes (2001), dirigida por Eskil Vogt, cuenta la historia de un grupo de niños que descubren que tienen poderes mentales: telepatía, telequinesis e incluso el control mental de otras personas. Uno de los niños del grupo comienza a usar sus poderes para lastimar e incluso asesinar a otras personas sin que nadie sepa que él es culpable. Los demás niños del grupo están atemorizados. No pueden denunciarlo porque nadie les creería. Para detener al niño asesino, para salvar sus vidas en peligro, se ven obligados a matarlo. Y todo eso sucede sin que los adultos se den cuenta de nada.
En películas comerciales como Carrie (1976) y Matilda (1996), los niños desarrollan poderes telequinéticos para escapar de la represión, la humillación y, en general, la violencia de los adultos. En estos casos, la telequinesis como recurso defensivo extremo es una metáfora de la sensación de impotencia que tienen los infantes en un mundo de adultos. En Los inocentes, los niños con poderes mentales también sufren de distintos problemas en sus hogares, lo que hace que se reconozcan en el patio de juegos por sus traumas comunes, pero, luego también por las habilidades extraordinarias que poseen. Lo que primero disfrutan como un juego divertido, que guardan en secreto a los demás, pronto se convierte en una pesadilla de la que sólo pueden escapar eliminando con el poder de sus mentes al amiguito que ha transgredido todos los límites.
En Los inocentes se deja abierta la lectura convencional de que todo lo que hacen los niños es de alguna o de otra manera culpa de las circunstancias en las que ellos viven. Los niños no son malos, las que son malas son aquellas circunstancias. Sin embargo, hay momentos en los que la película deja ver cómo, incluso sin usar sus poderes, los niños disfrutan de matar animalitos o de lastimar a sus hermanitos. La risa espontánea que les brota cuando hacen estas maldades les viene de muy hondo. Yo reconozco esa sensación. También la viví en mi infancia. Yo no tuve poderes sobrenaturales que me hubieran permitido hacer cosas terribles, pero no sé qué hubiera hecho si los hubiera tenido. Parte de mí se siente moralmente aliviada de ya no ser un niño.