Simultaneamos tanto. Y tan contradictorio

LA UTORA

Julia Santibáñez<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Somos pedazos de carne que tienen más o menos armonía. Sudor, estómago, mucosidad, pupilas, sexo, lágrimas y baba unidos por la piel y su frontera, la misma que exponencia el entusiasmo. Que regula el frío. La que a veces recibe a otras pieles. El cemento de la respiración acopla ese abanico de labores, como en una fábrica eficaz. Somos un píloro, dos manos, veinte dedos, seiscientos músculos, más de cincuenta mil millones de neuronas. Somos párpados. Glándulas. Y un hígado. Un cacho menos de hígado. ¿Una persona es menos su nombre sin ese par de centímetros que hasta ayer la acompañaban?

Somos el acento al hablar, risa, sobrentendido, apetito, este contrarío, aquella vocación que no seguimos. Mientras el cuerpo funciona, autónomo, somos la ausencia que punza y nos estafa. La punta de la lengua. Somos la exacta punta de la lengua. La poesía. Somos la palabra, furor creativo.

Somos las lluvias que nos han mordido suave y la avenida que ve pasar el atado de huesos. La pandemia que nos perdonó la vida. Las tijeras que rasgaron la esquina de la orfandad. Somos también la mueca, la inquina. Lo turbio del rival bajo las uñas. El cochambre. Somos cada bocado que subraya la obstinación de durar. Lo dice el peruano José Watanabe: “El alimento en la boca te relaciona / con el mundo. Hay días de felino / y días de paquidermo. Hoy sean bienvenidas / las benéficas ensaladas, la suave soya y las frutas / aunque tarde: / ya cincuenta años que comes carne / y estás eructando miedo”. Eructar miedo. Un hígado con un pedazo menos. Tal vez una persona sea menos su nombre sin esos largos centímetros. Tal vez ahí mismo empiece el ovillo que se devane luego en ya no ser.

Miedo. Somos temor, susto, pavor, espanto. Sin dejar de ser lo demás, en estos días fui un grande miedo, temblor interno de hormona. Dolor anticipado. Fui metal que los labios succionan y el gesto que me extraña de mí misma, como si vistiera ropa prestada por alguien excesivamente alto. El desespero de pensar que el cáncer y sus ejércitos venzan a mi gente indispensable. Quedar incompleta de familia en medio de la abrumadora vida. “Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”, escribió César Vallejo, otro peruano. Quedar como aquel árbol desraizado. La angustia que se agolpa en cada vena. Un hígado. Uno que hasta hace poco era eficiente. Lucía seguirá siendo Lucía aunque no tenga esos centímetros. Seguirá siendo mi hermana. Mi única.

Somos tanto simultaneado. Y tan contradictorio. Regreso a José Watanabe: “[tienes] arena en la lengua. Te explicas: tal vez has comido / una sequedad inicial, insidiosa, de pecho, y nunca / se acaba, el desierto / nunca se acaba”. Otra manera de llamar al miedo.

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