Usos y abusos de la narración

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Seduced by Story: The Use and Abuse of Narrative (2022) de Peter Brooks es un libro interesante que seguramente será traducido al español. Brooks es un destacado profesor de literatura comparada en la Universidad de Yale y autor de varios libros de crítica literaria, entre ellos, Reading for the plot (1992), en el que defendió el narrativismo como una concepción teórica que se propone entender no sólo el sentido de las obras literarias, sino también de la existencia humana.

De acuerdo con Peter Brooks, la narración se ha insertado profundamente en el discurso cotidiano.

Brooks comienza su ensayo con la declaración de que no hay nada más poderoso que una buena historia. La voluntad de poder nietszcheana, una voluntad que no respeta ni al bien ni a la verdad, encuentra en las historias su mejor instrumento para convencer y dominar a los demás. Brooks muestra cómo la narración se ha insertado en el discurso cotidiano de manera profunda. Los políticos no nos venden datos, nos venden historias de justicia y de redención. Y algo semejante sucede con la mercadotecnia. Las empresas no nos venden productos, nos venden historias de superación y de felicidad. No hay mejor manera de engañar al prójimo que inventar una buena historia. Por eso mismo, en varias instituciones se le ha puesto un coto a las narraciones. Por ejemplo, en los tribunales, las universidades o los periódicos se ha subrayado la exigencia de datos duros y de explicaciones causales rigurosas. No obstante, no hay manera de eliminar por completo el elemento narrativo en nuestras interacciones y, por ello, de descartar el riesgo de la seducción que una buena historia ejerce sobre nosotros.

Terry Eagleton publicó una reseña de Seduced by history en la London Review of Books que ha sido reproducida en español en Letras Libres. Eagleton le reprocha a Brooks que su denuncia de los abusos de la narración se queda corta porque no ofrece una estrategia concreta para repudiar los usos perversos de la narración. Eagleton afirma que Brooks sigue atrapado en las redes del narrativismo y que, por eso, tiene las manos atadas. Me parece que la crítica de Eagleton no le presta suficiente atención a algunas dificultades de orden filosófico que enfrenta cualquiera que pretenda imponer el reinado de los hechos sobre el de las historias.

El mundo, tal como lo vivimos, está permeado de historias. Incluso nuestra concepción acerca de quienes somos está moldeada por historias que nos contamos a nosotros mismos y a los demás. No podemos separar —como quien le quita la envoltura a un regalo— la narración de los hechos. No podríamos darle sentido a un mundo conformado por hechos aislados, por fuera de las narraciones que hacemos. ¿Cómo podemos, entonces, hacer una crítica de los excesos de la narración? ¿Cómo distinguir lo narrado de lo que es en sí mismo? Encontramos aquí una versión más de un hondo problema filosófico que Kant plasmó en su distinción entre el fenómeno y el noúmeno, es decir, entre el mundo tal como lo conocemos con nuestras herramientas conceptuales y el mundo tal cual es, independientemente de esas herramientas. La conclusión no es que el mundo no exista sin conceptos o sin narraciones, sino que no podemos darle sentido sin ellos, es decir, no podemos hablar de él sin conceptualizarlo o sin narrarlo.

Los capítulos más interesantes del ensayo de Brooks nos ofrecen el esbozo de una especie de regulación interna de la narración, es decir, de una lista de criterios que nos permiten distinguir una buena de una mala historia sin tener que tomar en cuenta a los hechos puros como criterio último de validación. La función crítica que nos permite realizar estas distinciones pertenecería a una rigurosa teoría de la narración. En esos capítulos Brooks nos guía a través de las novelas de varios autores de lengua inglesa y francesa de una manera erudita y perceptiva. Lo que nos enseña Brooks es que narrar es, de todas los artes, la más portentosa, y que tiene reglas propias que nos permiten construir mundos cada vez más sutiles, ricos y valiosos. Si además de todo lo anterior esos mundos no están peleados con la verdad, sino que, por el contrario, nos encaminan hacia ella, entonces habremos alcanzado el balcón más alto de nuestra existencia.

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