Algunos analistas de la oposición se lamentan amargamente de que el PRI, el PAN y el PRD no escuchen a la llamada “sociedad civil”.
Hasta hace poco, esos mismos analistas defendían a capa y espada a esos partidos como si fueran la salvación de México. Hoy, que por fin han aceptado lo que era evidente —que de los tres no se saca ni uno—, ya no saben que decir. Es probable que algunos se preparen para hacer las paces y otros para hacer las maletas. Han perdido credibilidad.
A mí siempre me pareció —como lo he expresado en esta columna durante varios años— que las esperanzas puestas en la alianza de los tres partidos estaban basadas en un análisis superficial –acaso interesado– de la política mexicana.
¿Qué esperaban los que ahora se sienten defraudados? ¿Qué Alito, Marko y Jesús abrieran las puertas de sus partidos? ¿Que, organizaran asambleas en las que se invitara a los ciudadanos para que expresaran sus opiniones, sus propuestas y se alcanzaran acuerdos políticos? ¿Que en esas asambleas cualquiera pudiera postularse a un cargo de elección popular y que fueran las asambleas las que designaran a los candidatos de la alianza de los tres partidos?
La llamada “sociedad civil” debe entender que el PRI, el PAN y el PRD son estructuras anquilosadas y viciadas. Hace aproximadamente cien años, Antonio Gramsci, refiriéndose al Partido Socialista de Italia, decía que “son las masas las que empujan y educan al partido de la clase obrera y no el partido que guía y educa a las masas”. Si cambiamos la palabra “masas” por la palabra “sociedad”, podríamos comenzar a entender cuál ha sido el error político del conjunto difuso de opositores que en México se conoce como la “sociedad civil”.
Gramsci afirmaba que las masas no podían sentarse a esperar a que el Partido Socialista hiciera la tarea. El filósofo italiano sostenía que, ante la descomposición de todos los partidos tradicionales, las masas debían organizarse por sí mismas para canalizar sus fuerzas constructivas. Lo mismo podemos decir de la llamada “sociedad civil” que se opone al régimen actual. Esa autodenominada “sociedad” no puede quedarse esperando a que los partidos la alcancen, ella tiene que tomar las riendas.
Se dice fácil. ¿Qué hacer?
Una opción es presionar a los partidos para que hagan su tarea. Mientras se les siga tomando como los únicos “salvadores de México”, se les seguirá dando una carta blanca inmerecida. Hay que hacerles entender que, si no hacen lo que se espera de ellos, no se les votará el año que viene. Se puede votar por MC o, incluso, anular la boleta. La otra opción, la que yo siempre he preferido, es la de organizar otras fuerzas políticas que, eventualmente, se consoliden como nuevos partidos. Esta opción es más tardada, es cierto, pero es más sólida y quizá tenga más futuro.