Ha fallecido en Milán, Silvio Berlusconi, primer ministro italiano en tres periodos discontinuos de 1994 a 2011, pero con un poderío mediático y político que rebasó, con mucho, esa década y media al mando de su país. Cuando llegó al gobierno, en 1994, Berlusconi era uno de los principales magnates de la prensa y los medios, a través de la firma Mediaset. Cuando lo dejó, en 2011, era, según la revista Forbes, el hombre más rico de Italia.
En los últimos años, con el ascenso de líderes autocráticos, de derecha o izquierda (Putin, Orbán, Erdogan, Maduro, Bolsonaro…) se ha naturalizado el modelo de Donald Trump como figura que combina los roles del magnate y el caudillo, del oligarca y el autócrata. Pero muchos rasgos que delinearon el perfil de Trump se habían presentado antes en Berlusconi.
El histrionismo de Berlusconi fue siempre desbordado. Una tendencia a la teatralización de la política que introdujo no pocos tópicos de la incorrección de derecha en el cambio de siglo. Berlusconi intentó blanquear la imagen de Benito Mussolini, reiteró frases antisemitas e islamófobas y relativizó el Holocausto y el papel del fascismo italiano en la barbarie europea de los años 30 y 40.
Si en política doméstica fue más neoliberal que neoconservador, en política exterior respaldó la “guerra contra el terror” y las intervenciones de Estados Unidos en Irak y Afganistán. Con Muamar el Gadafi en Libia sostuvo una relación perversa, que alternaba la amistad y la complicidad con el agresivo apoyo de invasiones y sanciones desde la Unión Europea. Con Rusia y Turquía, específicamente con Vladimir Putin y Tayyip Erdogan, llegó a una verdadera intimidad geopolítica, que adelantó el trumpismo y la extrema derecha europea.
La herencia de Forza Italia y del estilo berlusconiano en Matteo Salvini, Giorgia Meloni y los Hermanos de Italia es inocultable. Son esos sucesores, en la nueva generación, los que han actualizado su legado en medio del renacimiento del neoconservadurismo europeo. Esa renovación también se traduce a nivel geopolítico en un extraño culto a Putin que comparten con Marine Le Pen, Viktor Orbán y Donald Trump.
Una de las últimas intervenciones de Berlusconi en la política italiana y europea fue su respaldo a la invasión rusa de Ucrania. El Caballero, ya retirado, salió a escena en febrero de este año para cuestionar a los políticos europeos por arropar a Volodímir Zelensky y culpó a Ucrania por la guerra. Las declaraciones eran un regaño al gobierno de su discípula Meloni, pero también una reiteración de la gran sintonía entre Berlusconi y Putin.
Otro rasgo en que Berlusconi preparó el terreno para la emergencia de la nueva derecha fue el racismo antimigrante. La guerra xenofóbica y sus reiterados amagos de cierre de fronteras fueron focos permanentes de la agenda de Berlusconi. Como Trump después, el político italiano atribuía el aumento de la delincuencia en Italia al ingreso de migrantes ilegales.