McCarthy: infancia y bondad

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Los comentaristas de la obra de Cormac McCarthy, han subrayado el tono oscuro de sus novelas. Aquí quisiera ver su obra desde otro ángulo que nos permite destacar uno de sus temas más profundos: el de la posibilidad del bien.

Llama la atención que, en varias de sus novelas, los personajes sobre los cuales gira la trama sean adolescentes, casi niños. McCarthy concede a esos personajes un don extraordinario: el de la bondad. El mejor ejemplo se halla en la novela The Road (La carretera).

En un mundo post-apocalíptico, un padre y un hijo hacen lo que pueden para sobrevivir en medio de condiciones espantosas. No hay comida, no hay techo, pero lo que es peor es que hay bandas de caníbales de los que tienen que esconderse.

La existencia de ese niño es un milagro. Si hay pocos seres humanos vivos, los niños son una rareza asombrosa. El padre tiene que cuidar a su hijo para que no se lo roben, no se lo violen, no lo coman, no se lo maten. Sus vidas son un infierno y, sin embargo, en medio de ese escenario terrible, McCarthy cuenta algo insólito. El niño tiene un corazón puro.

El niño ha sido testigo de las aberraciones más espantosas. El hijo le pregunta al padre: ¿Somos de los buenos? En este contexto, lo que significa la pregunta es si ellos estarían dispuestos a matar a otro ser humano para comérselo. El padre le responde que son de los buenos y que siempre lo serán. Es escalofriante que en ese mundo atroz la línea que separe al bien del mal sea el canibalismo. Todo lo demás está más a o menos permitido.

El padre y el hijo se encuentran con un anciano al que por la insistencia del niño le comparten algo de comida. El anciano le dice al padre que cuando vio al niño pensó que era un ángel. En efecto, el niño es como un ángel, es una aparición milagrosa, porque quizá sea el único ser humano bueno, genuinamente bueno, que todavía exista en el mundo. No es que el padre sea malo, pero ya no puede darse el lujo de ser bondadoso. Su obligación moral es que su hijo siga con vida, y para ello hace lo que tiene que hacer: si tiene que matar, mata.

La existencia de ese niño es la expresión más viva de la esperanza. Eso lo entiende el padre cuando se percata de que tiene las horas contadas. En su agonía, el padre le dice a su hijo que había decidido matarlo en caso de que ya no pudiera protegerlo, pero que había cambiado de opinión y que había decidido que siguiera con vida en ese mundo terrible. La conmovedora decisión del padre es un acto de la más honda religiosidad.

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