Hunter Biden, la sombra de la familia

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Apenas ayer, el hijo de Joe Biden —Hunter— se declaró culpable de tres cargos: dos de carácter fiscal, no pagar el impuesto sobre la renta en 2017 y 2018, y posesión ilegal de un arma por la compra de una pistola en 2018. Aunque se trata de faltas menores, es un golpe moral para el presidente, al tiempo de que se trata de un fuerte golpe político en medio de las precampañas presidenciales.

Hunter Biden, el hijo menor del presidente, tiene un perfil controvertido; ha tenido problemas de adicciones y durante años se le ha acusado de tráfico de influencias y conflicto de intereses.

Más allá de la relevancia de los cargos, se trata de un signo inequívoco del poco respeto que hay por las leyes en nuestros tiempos. Lo mismo políticos, empresarios que ciudadanos de a pie, han abandonado el horizonte de la utopía de la cultura de la legalidad.

Por otra parte, con el ánimo de polemizar, en los días del imperio de la salud mental, muchos encontrarían justificaciones para Hunter Biden pues, todo indica, que la muerte de su hermano Beau fue el desencadenante de sus comportamientos erráticos. Y sin intención de menoscabar la importancia de la estabilidad emocional, creo que vale la pena cuestionarnos si es razón suficiente para justificar cualquier conducta. Me parece que no.

Considero que el supuesto de la agencia moral y, en términos liberales, de la autonomía ciudadana descansa en que somos capaces de hacernos cargo de nuestras decisiones, de nuestros fracasos, de nuestro plan de vida. Y parte de ello supone atender, cuidar y sanar nuestra salud —física y mental—. Y en lugar de utilizarlo como un justificante para validar arbitrariedades —morales o legales— debería ser un acicate para fortalecer el dominio sobre nuestra vida.

En Crítica de la víctima, un importante libro de 2017, Daniele Giglioli presentó importantes críticas al victimismo actual; señala Giglioli que la víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable.

En los tiempos de lo profano, las víctimas han ocupado el lugar que otrora estuvo reservado para los mártires religiosos; la obra cuestiona el imaginario maniqueo y adelanta los riesgos de mantener la retórica actual. En español, “pasar por víctima” puede ser cómodo y rentable; también altamente injusto para las víctimas reales.

Sin embargo, la renuncia a la responsabilidad es —al mismo tiempo— la abdicación de la libertad. En ese tenor, por más empatía por la biografía de Hunter Biden, o por incómoda que sea la situación para el presidente Biden, hacer frente a los cargos es la única manera humana de habitar en la tierra.

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