Como expliqué en la columna anterior “comenzó el juego de las sillas”, el efecto de no llevar candidato al Ejecutivo para todos los partidos es demoledor en nuestro sistema político, derivado del estilo de diseño institucional y el sistema que tenemos tendiente al Ejecutivo (presidente o gobernador).
Así, cuando un partido se alía y es el que pone candidato (identificado con él) provoca un efecto paralelo que le genera sobrerrepresentación. El caso más emblemático es lo que ha sucedido con el PRI y el PAN desde 2021. Allá donde el PAN lleva candidato se vuelve un partido de entre 37 y 33 por ciento, mientras el PRI se convierte en uno de entre 9 y 13 por ciento en términos de votación. A la inversa donde lleva el PRI, se convierte en un partido de entre 21 y 31 por ciento y el PAN en uno de entre 5 y 11 por ciento. Antes, las coaliciones eran más simples, tres partidos grandes, salían a la caza de 4 o 5 partidos pequeños, lo que generaba coaliciones de 2 o 3; hasta 2014 existía la candidatura común federal, donde los partidos establecían porcentajes por acuerdo. Era una cláusula de salvaguarda para los partidos pequeños. Ya con la última reforma electoral cada partido tiene que pelear mucho más por sus votos. Esto ha llevado a los partidos que abusan de las coaliciones, como el PRD y el PT, a estar peleando por sus registros independientemente de ir o no en alianzas ganadoras, de hecho, ninguno de estos partidos pudo ganar algún distrito en solitario en la intermedia de 2021. Es altamente probable que alguno de los dos, o ambos pierdan el registro independientemente de si su alianza gana o no. Como antes le pasó al Panal y al PES en 2018.
Lo anterior tiene un amplio impacto en el sistema, no sólo en el ámbito electoral, sino el de capacidades institucionales que les provee el financiamiento público a los partidos. El partido que tuvo una segunda oportunidad, por así decirlo, fue Movimiento Ciudadano, que, al ir a una coalición de 3 en 2018, le costó el financiamiento en 13 entidades federativas y lo dejó en los huesos; era el candidato natural para desaparecer en 2021. Pero apostó a una renovación institucional y hoy comienza a ver sus resultados como un partido con presencia nacional. Al iniciar el sexenio, el financiamiento total a los partidos (local + federal), se distribuía, de acuerdo a lo aprobado por los OPLES y el INE, de la siguiente manera: Morena 32 %, PAN 19%, PRI 18%, PRD 8%, PVEM 8%, PT 6%, MC 6%; en la actualidad (2023), se distribuye: Morena 29%, PRI 19%, PAN 18%, MC 10%, PVEM 8%, PRD 6% y PT 6%; es decir, tras el ciclo electoral (2018-2023) en términos de presupuesto el saldo de los partidos es: MC +4%, PRI +1%, PVEM 0, PT 0, PAN -1%, PRD -2%, Morena -3%.
Lo anterior también nos reafirma el ánimo multipartidista de los últimos años. Cuando observamos el Número Efectivo de Partidos (NEP) en términos de votos, podemos identificar tres etapas esenciales de nuestro sistema, del 1991 a 1997, una etapa bipartidista, de 1997 a 2015 una etapa preponderantemente tripartidista y de 2015 a la fecha un multipartidismo derivado de la emergencia explosiva de Morena y el reposicionamiento paulatino de Movimiento Ciudadano. Más allá de los discursos, los datos muestran que México no camina hacia el bipartidismo, sino al multipartidismo. El caso de Morena, también es significativo, como se observa, cada vez depende más de sus alianzas. Es cierto que en el ciclo electoral le fue extremadamente bien, pero también al observar el dato de financiamiento, y de número efectivo de partidos, se muestra que cada vez necesita más de las alianzas, lo que también nos aleja de la supuesta “hegemonía” que algunos opinólogos establecen, y que está lejos de suceder, puesto que Morena lleva una vuelta electoral y no se ha visto su capacidad electoral en el caso de tener gobiernos salientes, con sus respectivos desgastes; muchos factores explican los resultados de Morena, pero principalmente la falta de renovación en el PRI o en el PAN tras 2018 y su carácter de nuevo “desafiante” en las locales, donde ninguno de los expartidos grandes apostó por la reconfiguración, en cambio apostaron a una alianza entre ellos y hoy el que no lleve candidato presidencial va a enfrentar un proceso muy complicado en 2024, donde probablemente se convierta en partido de un dígito.
Es así como termina la vuelta electoral con un escenario tendencial: Morena más dependiente de las alianzas, es decir seguirá grande, pero no tanto; un PRI y PAN que están peleando por mantenerse y aunque aliados, sólo uno sobrevivirá como “partido mediano o grande”, el que lleve candidato se estabilizará como partido de doble dígito y el que no, se puede convertir en partido de un dígito; un Movimiento Ciudadano con una tendencia de crecimiento consolidada donde es factible que se convierta en partido de doble dígito; un PVEM cuya tendencia es a cobrar más cara la factura a Morena, por lo que probablemente también podría llegar al doble dígito o avanzar; y unos PRD y PT que están en peligro de extinción, independientemente de si su alianza gana o no, donde uno, o ambos pueden dejar de ser partido nacional.