Putin y los mercenarios de Wagner

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

“El príncipe cuyo gobierno descanse en soldados mercenarios no estará nunca seguro ni tranquilo”, escribió Maquiavelo en su tratado político El Príncipe. La lección no proviene de ningún tipo de inspiración mística, sino del análisis de la historia de la humanidad. Los ejemplos de grupos mercenarios traicionando a sus empleadores abundan desde la Grecia clásica hasta la Rusia del siglo XXI.

Grupo Wagner es una organización militar que, durante más de una década, sirvió a los intereses de Vladimir Putin y le permitió actuar e intervenir fuera de las fronteras rusas sin tener que responsabilizarse de sus actos, pues durante años se negó que tuvieran cualquier vínculo con el gobierno ruso. Sin embargo, lo mismo fueron identificados en Venezuela protegiendo a Nicolás Maduro ante las protestas de 2018 y 2019, brindando apoyo al régimen de Bashar al-Asad en Siria o participando en conflictos en Libia, Sudán, Malí, Mozambique, Madagascar o la República Centroafricana.

Además de un instrumento de política e intervención en regímenes inestables, el Grupo Wagner se convirtió en un excelente modelo de negocios, pues a cambio de su apoyo militar el pago más común ha sido la cesión del control y explotación de recursos naturales, como petróleo, gas, maderas o minas de oro y diamantes. Debido a la intrincada red de intereses y recursos, es difícil saber las verdaderas dimensiones del negocio, pero las evidencias de su rentabilidad son notables. Tan sólo con la operación de la mina de oro Ndassima, en la República Centroafricana desde 2019, se estima que Grupo Wagner tuvo mil millones de dólares de ganancias. Igualmente, una investigación del Financial Times documentó al menos otros 250 millones de dólares en ganancias de sus tratos con dictadores de África y Oriente Medio.

El Grupo Wagner apareció desde los inicios del conflicto con Ucrania, pues durante la primera invasión de 2014 participó como esos misteriosos “pequeños hombres de verde” que, con todas las herramientas de un ejército profesional, pero sin ninguna bandera que los identificara, permitieron al régimen de Putin apropiarse ilegalmente de la península de Crimea, al mismo tiempo que podía decir que él no tenía nada que ver con el conflicto.

El vínculo entre el gobierno ruso y el Grupo Wagner era evidente, pues su líder, Yevgeni Prigozhin, ya tenía una larga relación con el dictador ruso, que además lo había enriquecido a la manera que mejor saben hacer los autócratas: dándole contratos del gobierno y del ejército. La relación se intensificó con la guerra total con Ucrania en 2022, donde el deplorable estado de las Fuerzas Armadas rusas hizo invaluable e inocultable el apoyo del Grupo Wagner, cuya experiencia previa y actuación al margen de la ley (reclutando a presos de cárceles, por ejemplo) le permitió lanzar a decenas de miles de combatientes a la guerra.

Las razones y consecuencias del intento de insurrección de Prigozhin merecen mayor reflexión en un texto posterior, pero la rápida marcha que llevó a los mercenarios del Grupo Wagner a unos cuantos kilómetros de Moscú y puso a temblar al Kremlin —aun cuando terminó en un fracaso—, muestra la debilidad de un régimen que ha sido exhibido. Putin aún es poderoso, sin duda, pero no estará nunca seguro ni tranquilo.

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