Cancelación y libertad de expresión

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

En el último número del London Review of Books, la filósofa de la Universidad de Oxford, Amia Srinivasan, publicó un interesante ensayo sobre la cancelación que aborda el tema desde distintos ángulos.

Lo que se entiende por “cancelación” en las universidades de los Estados Unidos y del Reino Unido es la condena pública, la censura social y la eventual exigencia de que se despida a un profesor por sus opiniones políticas o morales. Por ejemplo, si un profesor plantea posiciones que se consideran ofensivas a un grupo, digamos a la comunidad LGBT o a la comunidad de estudiantes afroamericanos, entonces los estudiantes e, incluso otros académicos, pueden denunciar a este profesor, digamos por Twitter, boicotear sus apariciones públicas, aislarlo dentro de la comunidad, protestar afuera de su salón de clase y, eventualmente, exigir que salga de la universidad.

Srinivasan plantea su artículo a partir de la reciente creación de una especie de procuraduría para la libertad de expresión y libertad académica del Reino Unido, que será ocupada por el filósofo de la Universidad de Cambridge, Arif Ahmed, conocido por su defensa de la tolerancia de todas las posiciones políticas dentro de la universidad, incluso las más de derecha. Lo que se busca con la creación de esta dependencia es que los profesores no tengan miedo de expresar opiniones que vayan en contra de lo que se considera hoy en día como “políticamente correcto”.

Aunque en México el asunto de la cancelación no es, ni de lejos, tan intenso como en esos países, no debemos pasarlo de largo. Como apunta Srinivasan, el debate se plantea en distintos planos. Uno de ellos, el más teórico, es el de los límites de la libertad de expresión en un entorno académico. ¿Qué se puede permitir y qué no se puede permitir en dicho espacio? ¿Se puede tolerar, por ejemplo, que un profesor sostenga “que la Tierra es plana” en sus clases de geografía? En este caso, se podría aducir que la frontera entre lo que se puede y no se puede enseñar es la frontera entre la verdad y la falsedad. No es correcto que se enseñe una teoría flagrantemente falsa en vez de una patentemente verdadera. El problema es que cuando entramos al campo de las ciencias sociales y las humanidades, la frontera entre lo verdadero y lo falso se vuelve más difusa. Por lo mismo, el concepto de tolerancia juega aquí un papel más importante. La pregunta que se plantea es la de si se puede tolerar dentro de la universidad la expresión de posiciones extremas, bajo el amparo del principio de la libertad de expresión. Como bien señala Srinivasan, la pregunta no se puede formular de manera abstracta, sin tomar en cuenta las agendas políticas de quienes toman partido de cada lado de la discusión. Estamos ante un tema difícil y embrollado.

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