Memorias colectivas

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>&nbsp;*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Cuando hablamos en la memoria casi siempre hablamos de la memoria individual que cada uno guarda en su cabeza. Pero también existe la memoria colectiva. Siempre que hay varias personas juntas puede haber una memoria colectiva, la encontramos en las parejas, las familias, las asociaciones, las instituciones, los pueblos e incluso las naciones. Sin ese tipo de memoria, no es posible entender la identidad a través del tiempo de cualquier agrupación, sea grande o pequeña. La memoria colectiva sirve como un adhesivo que permite que los miembros de una comunidad piensen en común sobre su pasado, su presente y su futuro.

Para que no se pierda, la memoria colectiva se cultiva y se resguarda de diversas maneras. Por ejemplo, en las familias se celebran los cumpleaños para recordar el nacimiento de sus integrantes. También se recuerdan —no como celebraciones, sino como conmemoraciones— los aniversarios luctuosos. Hay objetos físicos que sirven para guardar las memorias familiares, como los álbumes de fotografías que las abuelas guardan celosamente en sus roperos o como las lápidas de mármol en los cementerios en los que se graba el nombre de los difuntos.

Las naciones también tienen una memoria colectiva que, como en el caso de la memoria familiar, se resguarda y administra por algunos de sus integrantes. Por ejemplo, el caso de México, la memoria nacional tiene celebraciones anuales, como las del 15 de septiembre cuando se da el famoso “grito” en las plazas de México. En vez de álbumes fotográficos, lo que se tiene son museos y monumentos. Lo que se pretende con esas celebraciones y esos sitios públicos es que no se pierda la memoria nacional que se considera un bien común.

Normalmente, la memoria nacional la administra el Estado, pero no siempre es así. El caso de los monumentos es interesante. Se construyen y se destruyen monumentos. Lo hace el Estado, pero también los grupos sociales. La estatua de Miguel Alemán en Ciudad Universitaria fue dinamitada por un grupo de estudiantes y el llamado “antimonumento” de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa fue levantado por un grupo de ciudadanos.

La memoria nacional siempre es un campo de controversia. Pensamos, por ejemplo, en todo el barullo que se armó por el desplazamiento de la estatua de Colón del Paseo de la Reforma. Nada de eso debe extrañarnos. No sólo la memoria nacional es un campo de controversias, toda memoria colectiva lo es, por doméstica que sea. Pensemos, por ejemplo, en las discrepancias que hay dentro de las familias en torno a sus memorias compartidas. Siempre hay diferencias en torno a los sucesos vividos en común. Un caso frecuente es el de la polémica entre los hermanos acerca del comportamiento pasado de los padres o los abuelos. ¿Fueron buenos? ¿Fueron malos? También en las familias, los héroes del pasado se pueden convertir en villanos y viceversa.

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