Los leones de San Pablo

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Francisco Villa sigue siendo un personaje que divide opiniones. Lo que nadie puede negar, admiradores o detractores, es que la leyenda en torno a su persona sigue siendo poderosa e impactante. El asesinato de Villa el 20 de julio de 1923 —hace cien años y cinco días—escribió con sangre el capítulo final de la leyenda viviente que ya era el Centauro del Norte.

La literatura mexicana muy pronto incorporó a Francisco Villa como un personaje dentro de sus páginas. Quizá el retrato más íntimo e intenso del general sea el que escribió Martín Luis Guzmán en una de las obras maestras de la novelística mexicana del siglo XX: El águila y la serpiente, de 1928. Otra novela magistral en la que Francisco Villa ocupa un sitio central es ¡Vámonos con Pancho Villa!, de Rafael F. Muñoz, publicada en 1931.

La novela de Muñoz tuvo la fortuna de contar con una extraordinaria adaptación fílmica. La película, del mismo título, fue dirigida por Fernando de Fuentes y estrenada en 1936. Hoy nadie pone en duda que es una de las joyas de la cinematografía mexicana de todos los tiempos.

Francisco Villa es representado sobriamente por Domingo Soler. Aunque el guión gire en torno a la figura del general, los personajes principales de la película son un grupo de seis amigos de un pueblo llamado San Pablo: Tiburcio Maya (interpretado por el siempre competente Antonio Fraustro), Melitón Botello El panzón, (en la actuación entrañable de Manuel Tamés), Rodrigo Perea, Máximo Perea, Miguel Ángel del Toro Becerrito y Martín Espinosa (interpretado por el propio Rafael Muñoz). A estos amigos se les conocía como “los leones de San Pablo”. Frente a la opresión en la que vivían en su pueblo, los amigos deciden unirse —con ilusión y entusiasmo— a las tropas de Villa. Como era de esperarse, los leones van muriendo uno a uno hasta que al final, el único que queda vivo, su líder, Tiburcio Maya, abandona el ejército en la víspera de la toma de Zacatecas.

La película, al igual que la novela, cuenta los claroscuros de la revolución villista: el carisma extraordinario de Villa, un hombre que de la nada logró juntar el ejército más poderoso que ha tenido México, pero también alguien que podía ser terriblemente despiadado, injusto, cruel; el entusiasmo de las tropas villistas, los verdaderos protagonistas de la División del Norte, que no sólo siguen a su líder indiscutible, sino que arriesgan su vida, e incluso la entregan, a un ideal de justicia que todos comparten, aunque sea de una manera muy vaga. Los leones de San Pablo representan, con su mejor rostro, a ese espíritu colectivo del villismo. Me parece que más que recordar a Villa este año, lo que más convendría sería evocar al villismo, a ese asombroso movimiento de hombres y mujeres libres que cambió a México para siempre.

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