Los estudiosos de la política latinoamericana, Alberto Vergara y Aarón Quiñón, acaban de publicar un artículo muy atendible en la revista Foreign Affairs Latinoamérica. Estos académicos argumentan que, contra las más sonadas alarmas de autocratización política, basadas en el resurgimiento de los hombres fuertes, más peligrosamente común es la proliferación de sistemas políticos sin verdaderos partidos referenciales, sean muchos o pocos.
Vergara y Quiñón tratan, fundamentalmente, dos casos: Perú y Guatemala. En cada elección del país andino se presentan candidatos y candidatas por más veinte organizaciones. Durante el proceso, por medio de alianzas, quedan reducidos a la mitad, pero siguen siendo muchos. Fuera del APRA, que encabezó hasta su suicidio Alan García, los partidos políticos gobernantes en Perú, en los últimos años, han sido de creación reciente.
Lo mismo podría decirse de Guatemala. Los partidos de Álvaro Colom, Otto Pérez Molina, Alejandro Maldonado, Jimmy Morales y Alejandro Giammattei no sólo fueron diferentes sino que se crearon expresamente para armar esas candidaturas presidenciales. En la actual contienda electoral se produce la peculiaridad de que una de las candidatas, Sandra Torres, fue primera dama durante el periodo de Colom, y que su rival, Bernardo Arévalo, es hijo del mítico revolucionario guatemalteco de los años 40.
Pero no hay mayores conexiones entre la actual Unidad Nacional Esperanza (UNE) y la que gobernó con Colom, así como el vínculo entre Semilla de Arévalo hijo y el proyecto revolucionario de Arévalo padre, a mediados del siglo XX, es más bien simbólico. Como la peruana, la despartidización guatemalteca produce, a la vez, una ausencia de hegemonías sólidas y una proliferación de partidos durante las contiendas electorales. En las elecciones primarias recién celebradas se presentaron candidatos por 16 partidos diferentes.
La política latinoamericana tiende a analizarse bipolarmente, según la ubicación de cada gobierno en la izquierda o la derecha o su mayor o menor orientación hacia la democracia o el autoritarismo. A pesar de que casos como los de Jair Bolsonaro en Brasil o Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua o Nayib Bukele en El Salvador están deshaciendo esas bipolaridades desde hace años, hay fenómenos más graves, como el de la despartidización, que explican otros flancos del deterioro democrático de la región.
Desde 2018, en todas las elecciones competidas en América Latina, ha perdido el oficialismo. Donde no ha habido alternancia (Venezuela, Nicaragua y Cuba) es en aquellos países desprovistos de la experiencia de elecciones competidas. Esa tendencia podría variar con la reelección de Bukele o el triunfo de Morena en México. Sin embargo, aceptar la alternancia como dato de solidez democrática puede conducir a subvalorar la peligrosa diseminación de los partidos políticos en América Latina.