Faltan 295 días para las elecciones de 2024, que será el proceso electoral más importante en la historia del México moderno, por la cantidad de cargos que se elegirán en todo el país y a quien será el Presidente o Presidenta de la República en el próximo sexenio.
En este tiempo, especialmente violento, estando tan ocupados observando a los aspirantes, sus promesas, sus discursos y sobre todo sus ofertas para un México más seguro, el hecho de atestiguar de lejos, el asesinato de un candidato a la presidencia de otro país latinoamericano, nos activa el estrés post traumático que nuestra propia historia dejó en quienes alguna vez vivimos algo similar con cierta cercanía.
Las imágenes del asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio, en pleno acto de campaña, inevitablemente nos remitió a aquel 23 de marzo de 1994, donde en medio de la multitud se desplomaba un Luis Donaldo Colosio con un mortal balazo en la cabeza.
El crimen de Villavicencio en Quito, que apunta a la consecuencia de retar al crimen organizado con nombre y apellido, en lo personal me remitió, casi como un flashback cinematográfico, a la escena de aquella junta de consejo editorial de Azteca Noticias, en la que de pronto, el director editorial respondió una llamada en su celular, se levantó de su asiento apresurado y salió de la sala de juntas azotando la puerta.
No pasaron más de 5 minutos cuando volvió y anunció: “mataron al candidato del PRI de Tamaulipas”. Se trataba de Rodolfo Torre, aquel 28 de junio de 2010.
Todos los ahí presentes, productores de noticieros, jefes de información y titulares de espacios informativos, abandonamos aquella sala para arrancar la alerta informativa que nos llevaría de un escenario malo, a otro peor, porque ahí también se involucraba al crimen organizado.
A diferencia de Villavicencio, que 9 días antes denunció públicamente las amenazas recibidas por parte de integrantes de una organización delincuencial mexicana, Rodolfo Torre en aquella ocasión, apenas 4 días antes había convocado a una cena en la Ciudad de México, a tamaulipecos de diversas áreas que vivían en la capital del país.
Ahí había empresarios, periodistas, intelectuales, cineastas, de todo un poco. Yo estaba entre ellos, y cuando el micrófono llegó a mi lugar en aquella mesa dispuesta en forma de herradura, le pregunté precisamente sobre su estrategia para contener el clima de inseguridad en un estado que se encontraba prácticamente de rodillas frente al grupo delincuencial los Zetas.
El entonces candidato respondió que aquello eran “rumores exagerados”, que había ciertamente situaciones en materia de seguridad que atender, pero que no alcanzaba para hacerlo sentir atemorizado. Que él se sentía seguro en el estado que iba a gobernar. Porque Rodolfo Torre en aquel momento, tenía ya una clara ventaja sobre sus contrincantes.
Solo 4 días después de aquella noche, el candidato priista fue acribillado en su trayecto al aeropuerto de Ciudad Victoria, junto con los ocho miembros de su comitiva. Nadie sobrevivió al ataque, a solo 6 días de las elecciones en el estado.
La realidad es que en México el clima electoral en los últimos años ha sido muy violento y el actual proceso no pinta para ser un sendero de rosas, entre el poder que han alcanzado algunos grupos delincuenciales y un ambiente social inéditamente polarizado.
Por eso no miremos solo de reojo el tan lamentable asesinato de Fernando Villavicencio en Ecuador, todos los que en México participaremos de alguna manera, directa o indirecta, en el juego de las sillas, que representa la próxima elección de 2024.
El riesgo es latente y lo sabemos, y el por qué también lo conocemos. Por eso la responsabilidad llama a la mesura para abonar a una competencia que lo que sume sean votos y no muertos, sobre todo en aquellas entidades ensombrecidas por actos criminales, como son la mayoría que elegirán nuevo gobierno en 2024:
Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán.
Cuidado con los discursos indirectos desde las trincheras partidistas, los institutos organizadores, los responsables de las coberturas y sin duda, desde Palacio Nacional donde se tiene la oportunidad todos los días, de elegir sumar o enardecer.