Desde hace años, estudiosos y observadores de la realidad argentina, de muy diversos referentes ideológicos, como Carlos Pagni, Beatriz Sarlo y Pablo Stefanoni, vienen advirtiendo sobre el mayor riesgo de una polarización discursiva y, por tanto, artificial de la sociedad, como la promovida por el kirchnerismo: su derrumbe ante la fragmentación social del voto.
Es lo que ha sucedido en las recientes elecciones primarias en ese país suramericano. Aunque este ejercicio no decide aún el mapa político, ya que habrá que esperar a la primera vuelta entre los tres candidatos punteros —Javier Milei, Patricia Bullrich y Sergio Massa—, y, eventualmente, a una segunda, lo cierto es que por unos meses, de aquí a octubre, colocan a la extrema derecha en la delantera y al peronismo en tercera posición.
Sergio Massa, el candidato del gobierno, apenas rebasó el 20% de los votos. El 27% del oficialismo fue alcanzado gracias al 6% que aportó la otra fórmula de la izquierda, encabezada por Juan Grabois y Paula Abal Medina en la Unión por la Patria. La derecha, en cambio, se dividió entre porciones más consistentes: la de Milei, la de Bullrich y la de Rodríguez Larreta.
Frente a estos resultados, la idea de una izquierda nacional popular enfrentada a una oligarquía compacta, reunida en torno al bloque neoliberal macrista, se deshace. La derecha argentina presentó tres caras distintas, cuyas diferencias no son tan pocas o sutiles como el gobierno ha sostenido insistentemente en los últimos años.
La diferenciación entre esas derechas supone un reto lingüístico. No pocos medios llaman a Milei “economista liberal”, pero el líder de La Libertad Avanza se autodefine como “libertario”, que no es lo mismo que liberal, y posiciones suyas como la supresión del Banco Central o sus ataques frecuentes al FMI, institución fundamental tanto para Massa, Rodríguez Larreta o Bullrich, lo colocan fuera de toda la clase política argentina.
Más difícil sería distinguir el tipo de neoliberalismo de Bullrich y Rodríguez Larreta. Tal vez ahí decidan las diferencias políticas sobre las ideológicas, partiendo de que lo fundamental sería qué tanto se alejaría una u otro del programa de gobierno de Mauricio Macri.
Se ha abusado, en estos días, de una tesis causalista, según la cual, el triunfo de Milei y Bullrich se explicaría por los errores del gobierno de Alberto Fernández. Errores que, por lo general, se asocian a la tendencia centrista o moderada del presidente, eximiendo de toda responsabilidad a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, verdadera líder del espacio peronista en Argentina.
El argumento tendría sentido siempre y cuando no se subestime el costo electoral de la crisis económica, la inflación galopante y el aumento de la desigualdad. Así como el recordatorio de que el fenómeno Javier Milei tiene a su favor el buen momento extremista para una nueva derecha anti establishment, que se vive a nivel global.