En la polarización nacional suelen aparecer las siguientes duplas de opuestos: “conservadurismo” contra enfoque “progresista”, “neoliberalismo” frente a “populismo”, “izquierda” y “derecha”, “estatismo” contra “economía abierta”. Pero también se ha mencionado y visto en las urnas una diferenciación entre sur y norte del país. Por ejemplo, la oposición organizó sus foros en Coahuila, Nuevo León, Guadalajara, León y Mérida. Y los más sólidos bastiones de la 4T están en el sureste.
Pero cada vez que se trata de analizar esta dupla pisamos callos o nos metemos en terreno pantanoso. Más de un político (tanto oficialista como opositor) ha soltado frases que acaban ofendiendo a los norteños o a los habitantes del sureste, relativas a la manera de trabajar, a la “inteligencia”, a la riqueza económica o a la profundidad cultural. Clichés y prejuicios.
Pero hay manera de ser rigurosos al estudiar el contraste entre esos dos Méxicos: el del norte y el del sur. El libro Las personas más raras del mundo, de Joseph Henrich, es un estudio empírico sobre qué implica ser industrializado, aspiracionista, occidental. En contraste están los países y regiones que buscan otras vías, que son más tradicionales y centrados en la comunidad, que quieren industrializarse, pero no pueden. Que no son democráticos. Lo original es que Henrich es un antropólogo evolutivo que describe, con abundantes estadísticas, rasgos psicológicos. Más allá de ideologías, hay psicologías.
El libro de Henrich da datos de que ser industrializado, rico y democrático está históricamente asociado con el hábito de la lectura (y con las transformaciones cognitivas que produce). No es seguro que los norteños que boicotean de tajo los malhechos libros de texto gratuitos sean grandes lectores. También está asociado con fomentar la autonomía personal y la autoexpresión (en contraste con la vida comunitaria o estrechamente dependiente de la familia), con la previsión económica (por ejemplo, ahorrar o abrir fideicomisos para gastos futuros). Tratándose de instituciones, el Estado de derecho, la división de poderes y el Poder Judicial independiente están entre las causas de la prosperidad económica asociada con la industrialización.
No trato de aplaudir incondicionalmente el modelo occidental. Sabemos que los pueblos indígenas han preservado áreas naturales y biodiversidad. Que el consumismo amenaza el futuro del planeta. Quien esto escribe no es prooccidental al nivel de apoyar proyectos de infraestructura al margen de consultas indígenas, ni acciones que pretendan llevar turismo de masas a nuestras áreas naturales protegidas. Pero ahora que discutiremos hacia 2024 el México que queremos, es inevitable preguntarse si será posible industrializarse (ya sea con nearshoring o con megaproyectos estatales) sin aceptar el aspiracionismo, la división de poderes y la autonomía individual. El debate sobre el norte y el sur de México puede darse fuera de clichés y de prejuicios. Tal vez hay que comenzar diciendo: no se trata primeramente de neoliberalismo contra estatismo. ¡Hay dos psicologías enfrentadas!