El día más feliz

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Hay días felices y hay días tristes, pero ¿existe el día más feliz o el día más triste?

La frase “el día más feliz” se usa en narraciones de diversos tipos: en el discurso de primera persona singular, como cuando se dice “el día que gané la medalla fue el más feliz de mi vida”, y en el discurso de primera persona plural, como cuando se dice “el día más feliz de nuestra vida fue el de nuestra boda”. La frase también se emplea en narraciones en tercera persona, por ejemplo, en novelas, aunque casi siempre que se dice de un personaje que vivió “el día más feliz de su vida” ya sabemos que en las siguientes páginas se narrarán sus desgracias subsecuentes.

La frase “el día más feliz de mi vida” a veces se enuncia con nostalgia. Si decimos que éste o aquél fue el día más feliz de nuestra vida, es porque pensamos que los días que siguieron ya no han sido tan felices y porque estamos seguros de que los días que vendrán tampoco lo serán. Esto es algo que podríamos escuchar de alguien que está en su lecho de muerte, pero no de alguien que cree que todavía tiene la vida por delante. En este caso, el tiempo verbal ayuda a marcar un importante matiz. En vez de decir que tal o cual fue el más feliz de nuestra vida, diremos que tal o cual ha sido el más feliz de nuestra vida. O, dicho de otra manera, que ése ha sido el día más feliz hasta el día de hoy y que mañana podría haber otro más feliz que aquél.

Destacar un día como el más feliz o el más triste de nuestra existencia es un dato revelador acerca del relato que contamos acerca de nosotros mismos. Pensar acerca de cuál fue o ha sido ese día o esos días es un valioso ejercicio de autognosis.

Así como se habla del día más feliz de la existencia de un individuo, hacemos lo mismo acerca de la existencia de una nación. ¿Cuál ha sido el día más feliz de la patria? ¿Cuál ha sido el más triste?

Para cierto tipo de historiador profesional, esas preguntas no deberían ser tomadas en serio. Lo que se nos diría es que se podría escribir una historia de México en la que no se usara en ningún momento la frase “el día más feliz” o la frase “el día más triste”. Una historia de ese tipo, sin embargo, sería muy plana porque pasaría de largo las emociones colectivas de los mexicanos y la memoria, también colectiva, que guardamos de ellas.

Entre los individuos como entre las naciones plantear la pregunta sobre el día más feliz y el día más triste nos ayuda a entender mejor quiénes somos y qué podemos esperar de nuestro porvenir.

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