Por mucho que se disimule, existe un malestar en la izquierda tradicional latinoamericana con el liderazgo que ejerce el joven presidente chileno Gabriel Boric. No se trata, por supuesto, de un fuerte liderazgo nacional, ya que Boric tiene poco respaldo dentro del país suramericano. Pero sí posee rango continental en la medida en que personifica a una nueva generación que, además de reimpulsar los roles sociales del Estado, intenta hacer frente, en medio de múltiples limitaciones, a los reclamos de justicia heredados de la terrible dictadura de Augusto Pinochet.
En los días previos a los actos oficiales por los 50 años del golpe de Estado contra Salvador Allende circularon, en medios tradicionales de la izquierda regional, varios artículos que inscribían a Boric en una posición ambivalente o revisionista sobre el desastre del 73. Lo cierto es que el presidente logró reunir a los cuatro exmandatarios recientes del país (Eduardo Frei, Sebastián Piñera, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet), en un Compromiso de Santiago, y contó con la presencia de jefes de Estado de la región como el mexicano Andrés Manuel López Obrador, el colombiano Gustavo Petro, el argentino Alberto Fernández y el uruguayo Luis Lacalle Pou.
El compromiso por la democracia, difundido por el gobierno de Boric, reitera la decisión de impedir regresiones autoritarias que restablezcan las dictaduras, aunque sea por otros medios. No se trata sólo de conjurar el riesgo de un nuevo pronunciamiento militar sino de impedir que la polarización política y el ascenso de una nueva derecha, con añoranza del autoritarismo, amenacen nuevamente el curso democrático en Chile.
Desde la pasada campaña por la malograda Constitución, el nuevo gobernante y su gabinete dejaron claro que la realidad de ese compromiso depende del avance sostenido de una estrategia de memoria, justicia y verdad. El impulso que se ha dado en días recientes a las causas contra los asesinos de Víctor Jara y Littré Quiroga Carvajal demuestra un interés prioritario en dar cuerpo a la agenda de derechos humanos en este gobierno.
Aún así, el liderazgo de Boric genera desconfianzas en zonas tradicionales de la izquierda latinoamericana. ¿Por qué? En primer lugar por su juventud, que transfiere a sus propuestas de cambios una serie de prioridades (feminismo, paridad de género, ambientalismo, pueblos originarios…) no tan centrales en las agendas de sectores acomodados a los esquemas extractivistas y patriarcales de la tradición castrista y chavista.
Las críticas del propio Boric a la falta de democracia en Venezuela, Nicaragua y Cuba marcan con claridad una raya de diferenciación, que, con frecuencia, es ripostada con estereotipos u ofensas que ponen en duda las credenciales de izquierda del presidente chileno. Conforme esa nueva generación acceda al poder en otros países latinoamericanos se verá que dichos diferendos son muy saludables y no son únicamente chilenos.