El mensaje de la elección 2018, fue que los votantes querían colapsar el sistema de partidos de la transición. El candidato que entendió el mensaje, fue López Obrador, y generó un movimiento cuya base fue fundada en el “Acuerdo Político de Unidad por la Prosperidad del Pueblo y el Renacimiento de México”, mediante el cual absorbió fracciones políticas regionales para romper el sistema tradicional; el INE por su parte falló en la distribución plurinominal y le regaló una sobrerrepresentación enorme al presidente que lo volvió aún más poderoso.
Los partidos tradicionales, PRI y PAN, durante 5 años se negaron a aceptar el mensaje de los votantes: refundarse o seguir perdiendo. En cambio, aprovecharon una desesperación legitima de una parte de la sociedad para unir burocracias cada vez más pequeñas. En el camino se encontraron con la línea 12, un hecho de alto impacto que les dio aire en la zona metropolitana del Valle de México.
El mayor ganador de la estrategia ha sido la dirigencia del PRI, que se coloca como un jugador bisagra en el tablero político, y que ha ido trasladando negativos al PAN, que, aunque también anda mal, no se compara con el enorme rechazo que tiene el tricolor en los estudios cuantitativos de distintas encuestas alcanzando entre 6 o 7 de cada 10 mexicanos, mismo que se exacerba en los estudios cualitativos (Aragón), en los cuales los electores hoy verbalizan la marca PRI, como “enemigo de México”. No sólo es una cuestión de nivel de rechazo, sino de intensidad del mismo.
Con estos datos no se puede prescribir la desaparición del PRI, lo que sí se puede decir es que hoy es un partido de un dígito, que, por el momento, no apostó a una renovación. Lo cierto es que cada aspiración presidencial que se ha medido junto con la marca PRI desde hace 3 años, se topa con la barrera de los 30 puntos, antes fueron Del Mazo, Téllez, Creel, Paredes, hoy es Xóchitl. Hay un problema de marca tan fuerte que las características personales de los aspirantes se desvanecen.
Frente a esto, las últimas encuestas de W Radio y El País, así como la de Reforma, muestran que Samuel García ha venido repuntando y se ha convertido en un aspirante de doble dígito con posibilidades de superar la barrera de los 20 puntos. Sin embargo, por una cuestión constitucional, el gobernador de Nuevo León, debe pedir permiso ante el congreso o la diputación permanente. PAN (14) y PRI (14) hoy controlan la mayoría del congreso de Nuevo León, y han anunciado que negarán la solicitud de licencia, frente a MC (11) que no tiene control legislativo, mientras que Morena (1) y PVEM (1) son fuerzas minoritarias.
Para que sucediera un cambio de escenario, una de las dos fuerzas tendría que realinearse o la mitad de los diputados de manera fraccionaria, ya que al ser una licencia de más de treinta días naturales el Congreso del Estado o la Diputación Permanente, en su caso, nombrará al ciudadano que se encargue interinamente del Poder Ejecutivo. La estrategia de PRI y PAN es tratar de tener una elección sin otras fuerzas, es decir, por descarte; primero van a la caza de Samuel y después tratarán de ir por Verastegui, si demuestra tracción y capacidad de recolección de apoyo ciudadano. Esta estrategia no es ganadora, sino más bien es una estrategia responsiva, para no perderlo todo, ante nuevas opciones.
En menos de dos semanas los órganos de dirección de Movimiento Ciudadano se reunirán para aprobar su convocatoria presidencial, la política se va a estar haciendo, y se sabrá quien se encartará por la candidatura de Movimiento Ciudadano.