Mi ley del corazón

COLUMNA INVITADA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

A propósito del ADN, la biología, el cerebro y otras yerbas

“Quiero que seamos sinceros y que, como hombres de honor, no soltemos palabra alguna que no salga del corazón”. Estas son las palabras del Alcestes de Molière citadas por Lacan a propósito de la certeza pasional que, con Hegel, llama “ley del corazón”.

Como en México, también en Argentina son días de elecciones y uno de los candidatos con chances ciertas de ganar la presidencia, representante de la extrema derecha, dice cosas difícilmente verosímiles desde una enunciación rígida e inconmovible que denota una posición de exclusividad -como si fuera el único en la especie-.

Que el mundo se acomode a mi capricho y todas las cosas que existen en él se ordenen según mi antojo. No reconozco dictámenes ni procedimientos de las ciencias ni de las disciplinas que de ellas se derivan; no me interesa la realidad determinada según los parámetros convencionales.

Mi deseo es ley aunque no estés de acuerdo, aunque no lo quieras y aunque te concierna. El Estado soy yo, dijo algún Luis. Hoy un Alcestes contemporáneo habla y cuando lo hace crea el mundo según su arbitrio libre de ataduras que lo acoten.

Como en una obra de Molière, este nuevo Alcestes habita y hace existir un discurso que se sostiene de la prescindencia de toda norma externa que lo condicione. Por eso mismo habla solo, perpetrando de ese modo, en acto, la perforación de la condición misma de discurso.

El silencio circundante de quien habla solo, en este caso se envuelve con el eco de sus vociferaciones, a la postre investidas como semblante por aquellas voces que, devenidas coro, masifican el ruido y le dan existencia política bajo la forma paradojal de un ariete de la no-política al servicio de los intereses de una hegemonía de mercado.

Flaubert 2023

Bouvard y Pécuchet se proponían reinventar todos los conocimientos establecidos por medio de la práctica exhaustiva de la experimentación salvaje siguiendo a la letra la letra de los manuales. Lejos de la curiosidad hilarante de los copistas de Flaubert y cerca de una certeza coagulada, este personaje puede tomar la palabra -o algo así- para, en una misma alocución, explicar sus teorizaciones sobre el ADN, la biología, la embriología, la neurología, las neurociencias, la cibernética, la telepatía asistida por chips implantados, la comparación con la etología de chimpancés y papiones y, por último pero no menos importante, la predicción de un crecimiento exponencial de la inteligencia de los futuros humanos a partir de una interconexión cerebral generalizada.

Prestemos atención a las palabras del candidato, sorprendentes en extremo tanto por su originalidad como por el énfasis de su enunciación, que acaso las convierte en un hito mito-poiético anticipatorio de lo post-humano:

“Se desarrolla el ADN. Al desarrollarse el ADN, digamos, aparece la biología. Ahí evoluciona el cerebro.

Después los cerebros empiezan a determinar patrones de información. Se crea la tecnología, ¿sí? Y ahí, digamos… la tecnología… aparece lo que es el software y el hardware.

Esto evoluciona, digamos, y hacia lo que vamos es hacia la fusión entre la biología y la tecnología. ¿Sí? Digamos: en el futuro vamos a tener cerebros, todos interconectados con chips, ¿sí?, y además interconectados con el resto de las personas, que nos van a hacer un millón de veces más inteligentes. Entonces miren que con alguna diferencia de un punto porcentual con algunos de los monos hicimos esta diferencia, ¡imagínense personas como nosotros un millón de veces más inteligentes! Imposible saberlo.

¿Y eso qué va a hacer? Digamos que eso va a abrir el universo para todos nosotros y vamos a ir a un mundo verdaderamente increíble”.

Aún median las urnas

Junto a estas palabras, viralizadas en las redes a través de TikTok, hemos conocido por las mismas vías de difusión ciertas posiciones de campaña del candidato en cuestión. En ellas, su ley del corazón prometía arrasar con ministerios y demás instituciones pertenecientes a la estructura del Estado.

Cual elefante exaltado que barrita en un bazar, en la sala pediátrica de internación de un hospital público, en un aula de jardín de infantes o de primaria o secundaria de una escuela pública, en un geriátrico público atiborrado de adultos muy mayores, disfrazado con la piel de león -el más grande de los carniceros, contrariando a los Evangelios que anticipaban piel de cordero- el Alcestes moderno propala su ley del corazón desaforado y a los gritos.

Enfermos, convalecientes, estudiantes, científicos, artistas, trabajadores, niñas, niños, viejos, todas y todos nosotros, hombres y mujeres de a pie, mientras tanto, tenemos miedo porque el peligro se anuncia despiadado.

Entre los argentinos y la concreción de esa calamidad aún median las urnas.

* Martín Alomo es Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Psicología Clínica. Docente del Doctorado en Psicología y de la Maestría en Psicoanálisis (UBA). Codirector de la Maestría en Psicopatología (UCES). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013); La elección en psicoanálisis. Fundamentos filosóficos de un problema clínico (Letra Viva 2013).

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