Un paraguas para el Sur global

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

En las últimas semanas la diplomacia del llamado “Sur global” se ha intensificado. A la reunión de los BRICS ampliados y China en Johannesburgo, Sudáfrica, siguió la del G-77 también más China, en La Habana. Luego, varios de los gobernantes que participaron en ambas han vuelto a coincidir en Nueva York, en la Asamblea General de la ONU, donde reiteran más o menos las mismas demandas.

La presencia que más capitalizaron mediáticamente las dos reuniones fue la de China. El gigante asiático es la segunda economía global y hace muchos años rebasó la condición de país en desarrollo. De manera que su papel en esos foros busca algún tipo de reconducción del viejo tercermundismo o altermundismo bajo el paraguas de una nueva potencia global.

A diferencia de los tiempos de Mao, cuando desde Pekín se denunciaba la existencia de “dos imperialismos” y el Movimiento de los No Alineados miraba con desconfianza a China, por su rivalidad con la URSS, ahora los chinos parecieran asumir, bajo un nuevo esquema, el antiguo rol de los soviéticos. Las crecientes tensiones entre Washington y Beijing propagan la ilusión de alguna vuelta a un esquema bipolar.

Lo cierto es que, bajo la apariencia de esa nueva bifurcación, asistimos a una consolidación de lógicas multipolares, como resultado del agotamiento paralelo tanto del altermundismo como del liberalismo heredados de fines del siglo XX. Algunos líderes latinoamericanos, como el presidente venezolano Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz-Canel citan y recitan a Hugo Chávez y Fidel Castro, como si el mundo fuera el mismo de hace medio siglo o veinte años.

Pero basta leer con mayor precisión y por fuera de eslóganes como “aquí somos iguales”, los propios discursos de los mandatarios en Johannesburgo y La Habana, para advertir diferencias profundas. No todos, como prueban las propias votaciones en la ONU, están de acuerdo con la guerra imperialista de Rusia contra Ucrania, y no todos, como se desprende de las intervenciones de Lula da Silva o Gustavo Petro, coinciden en que la solución reside en alguna mezcla de extractivismo y autoritarismo.

El activismo diplomático tercermundista, desde Bandung y Belgrado, buscó siempre contrarrestar y, en algunos casos, como el cubano, reproducir la lógica bipolar de la Guerra Fría. Pero entonces, cualquiera de esas variantes estaba ligada a la promoción de un sistema alternativo al capitalismo. Ahora son muy pocos los gobiernos que abiertamente promueven alguna fórmula distinta a la economía de mercado.

Nada más habría que volver al discurso de Lula, que en estos meses ha actuado como una suerte de trotamundos del Sur global, o a la propia estrategia china para confirmar que el desarrollo al que se aspira está inscrito en el capitalismo financiero y tecnológico del siglo XXI. El gran incentivo que ofrecen Lula, Xi o Modi, mucho más que Putin desde luego, a los más autoritarios, es la ansiada indistinción entre democracia y dictadura.

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