La Pantera Julián Quiñones es delantero del América. Llegó a México siendo todavía menor de edad, proveniente de Colombia. Se ganó su lugar de goleador en la conciencia de la afición mexicana jugando sucesivamente en Tigres, Lobos BUAP, para llegar al Atlas y, con 32 goles en 78 partidos, lograr el bicampeonato.
Quiñones podría jugar en la selección colombiana, pero ha elegido brillar en la nuestra. Quienes se oponen a que naturalizados integren el equipo de México están confundidos. Efectivamente sería una injusticia y un fraude a la ley que, para completar una escuadra hacia el Mundial 2026, diéramos la naturalización exprés a quien no ha vivido en México, ni habla español, ni tiene lazos familiares, ni es un perseguido político. No es el caso de Quiñones. Se puede ser mexicano sin dejar de ser colombiano (nuestra Constitución admite la doble nacionalidad). Se pueden amar las enchiladas sin dejar de adorar el ajiaco. Que nadie salga con la idiotez de que Quiñones deba dejar de bailar salsa. No necesita descolombianizarse, ya es nuestro goleador nacido en un país hermano. No hay contradicción.
Las razones de la opción de Quiñones por la selección mexicana también son suyas, nomás de él. No importa si lo que lo motiva es ir al Mundial, agradecer a su país de acogida o enviar un mensaje al futbol colombiano. Escuché alguna vez al profe Osorio que, al hablar de la velocidad de Kylian Mbappé, insinuaba que no se reconocía suficientemente en Colombia el potencial físico de los niños afrocolombianos. Todavía se viven, ocasionalmente, casos de discriminación en el futbol colombiano.
Pero, antes que criticar a otros países, hay que ver lo que está pasando hoy en México. Ferromex acaba de suspender el movimiento de 60 trenes de carga, dada la gran afluencia de migrantes que se suben a ellos, arriesgando sus vidas. La UNAM está recibiendo, desde el 19 de septiembre, víveres para aliviar a los albergues de migrantes de la Ciudad de México, que están desbordados. En Tapachula, dos haitianos sufrieron heridas tras una protesta.
¿Por qué apoyar a los migrantes, si México no tiene la culpa de ser frontera con Estados Unidos en una era de crisis social y ambiental? Porque mucha de esa gente fue desplazada por el hambre, no les quedaba otro remedio que salir. Y los que son “aspiracionistas” acabarán, como Quiñones, beneficiando a los “equipos” que los acojan. Porque voltear para otro lado o, peor, cultivar el odio hacia los más jodidos es pudrirse por dentro. Porque la Tierra es esférica y compartida.
Hace unas semanas le decía a mi amigo Jeff Reitz que extraño los restaurantes etíopes de Toronto, donde trabajé un año. Me respondió que podríamos tenerlos en la Ciudad de México, si aceptáramos más migrantes de Etiopía. Es cierto, México puede ser más cosmopolita, es la oportunidad que nos está dando el destino. Las ciencias sociales nos pueden ayudar a diseñar estrategias para practicar la virtud de la hospitalidad, beneficiarnos de los flujos culturales y económicos de la migración, y sin llegar a ser, como algunos temen, “candil de la calle y oscuridad de la casa”.