En los últimos meses, Washington ha enfocado sus esfuerzos diplomáticos a un difícil objetivo, la firma de un acuerdo de seguridad histórico entre este país y Arabia Saudita, un pacto similar al que tiene Estados Unidos con sus aliados europeos y asiáticos. Frente a la amenaza nuclear y militar iraní en el área y la expansión china y rusa en Medio Oriente, Biden ve en este acuerdo una pieza fundamental para evitar la expansión de estos actores en el área.
Durante la administración del presidente Trump, el reino saudita cooperó estrechamente con Estados Unidos. Sin embargo, después del asesinato del periodista disidente saudita, Jamal Khashoggi, en el consulado de Arabia Saudita en Estambul en 2018 —caso que causó revuelo y protestas en todo el mundo occidental— las relaciones entre los países se enfriaron. El Gobierno de Biden incluso criticó públicamente el estado de los derechos humanos en este país.
A pesar de la importancia estratégica de este acuerdo para Washington, un pacto de seguridad con un país con un récord de violación a los derechos humanos probablemente se encontrará con la oposición del ala progresista del Partido Demócrata en el Congreso. Es así como Israel entró en el juego diplomático. Biden sabe que si Jerusalén le da el visto bueno al acuerdo, y sauditas e israelíes aceptan establecer relaciones diplomáticas, será difícil tanto para su propio partido como para el Partido Republicano oponerse al acuerdo. Según esta fórmula, los tres actores podrían conseguir logros significativos.
Estados Unidos establecería un bloque de seguridad con los países del Golfo frente a Irán, los sauditas tendrían la garantía de que Estados Unidos velará por su seguridad e Israel firmaría un acuerdo de paz con uno de sus jurados enemigos, profundizando los acuerdos de Abraham que firmó, entre otros países, con Emiratos Árabes Unidos.
Hasta aquí suena fácil. El problema es que los sauditas, además de demandar garantías de protección y armamento pesado a Estados Unidos, tienen otras dos condiciones: establecer un programa nuclear de usos civiles en el país y conseguir importantes concesiones de Israel para los palestinos, con el objetivo de avanzar la solución de dos Estados. Históricamente, Israel se ha opuesto firmemente al avance de programas nucleares, incluso pacíficos, en el área. Además, el Gobierno en turno se opone firmemente al establecimiento de un Estado palestino.
Para Netanyahu, cuya popularidad en Israel se ha desmoronado, este acuerdo podría ser la carta para volver a establecerse como un líder fuerte en el país. Al parecer, Bibi está dispuesto a hacer concesiones, incluso a aceptar que Arabia Saudita establezca un programa nuclear. Sin embargo, para lograr esto, Netanyahu tendrá también que convencer a sus aliados de ultraderecha a otorgar victorias significativas a los palestinos, algo que parece poco probable. Así es como la apuesta de Biden podría resultar en un acuerdo histórico o en un gran fiasco.