7 de octubre: el 9-11 israelí

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

No fue sino hasta más de 36 horas después de que inició la invasión de Hamas cuando supimos con certeza sus consecuencias: más de 800 muertos, alrededor de 3,000 heridos, 130 secuestrados.

Poblados enteros destruidos y quemados; mujeres violadas, niños secuestrados en jaulas, ancianos israelíes hacinados en túneles de la Franja de Gaza. Los números seguirán aumentando en las siguientes horas. Las imágenes dicen demasiado, la realidad es muy fuerte y no son suficientes las palabras. Pero el mundo lo tiene que saber, porque lo que vivieron los pobladores del sur de Israel es algo que nunca antes habíamos visto.

Después de que el grupo fundamentalista Hamas llegara al poder por medio de elecciones en el año 2006, y sobre todo durante los últimos años, algunos analistas y académicos sugirieron que Hamas, quien gobierna Gaza, mostraba una tendencia moderadora, e incluso hay quien cuestionaba que se les llamase grupo terrorista. Lo que sucedió el sábado mostró que estaban equivocados. Hamas realizó hace dos días la primera invasión terrorista en el mundo occidental. Por más de un año cientos de militantes se prepararon para este momento y en un sábado, día de descanso en Israel, mientras el país celebraba la fiesta religiosa de Simcha Torá, incursionaron por aire, tierra y mar, protegidos por miles de cohetes desde el aire para perpetrar una invasión terrorista. Es decir, no un ataque para ocupar territorio o atacar blancos militares, sino, en palabras del líder militar de la organización, para destruir todo lo que vieran, disparar indiscriminadamente, en contra de civiles indefensos; quemar casas con civiles dentro; y disparar como si se tratase de un videojuego a cientos de jóvenes en un rave en la frontera.

Habrá tiempo para evaluar la falla colosal de la inteligencia israelí, que no tenía ni la más mínima idea del ataque que le esperaba al país. Sin embargo, más allá de las fallas tácticas, el ataque más sangriento de la historia del país tiene su origen en la política fallida de los últimos catorce años de Netanyahu en el poder. En 2009, Netanyahu, el líder de derecha que durante la década de 1990 se dedicó a pulverizar el proceso de paz que inició en los Acuerdos de Oslo de 1993, regresó al poder con una promesa, su lema de campaña: “Destruir a Hamas”. Durante sus años en el poder fue precisamente lo contrario lo que ocurrió. Netanyahu, en lugar de fortalecer a la Autoridad Palestina, rival político de Hamas, quien gobierna el área de Cisjordania y con quien el Gobierno de Israel firmó los acuerdos de Oslo, se dedicó a fortalecer a Hamas. Para reforzar a la Autoridad Palestina y a los demás moderados, Netanyahu tendría que haber otorgado concesiones a los palestinos y reanudar el proceso de paz, darle esperanza al pueblo palestino —algo que iba en contra de los intereses de sus aliados colonos de ultraderecha—.

Para evitar a toda costa la paz y la formación de un Estado palestino, Netanyahu decidió sostener a Hamas —incluso aprobando el envío de maletas llenas de miles de dólares a su liderazgo desde Qatar. Israel y el grupo terrorista iniciaron un juego macabro. Cada tres o cuatro años hubo un enfrentamiento armado entre las partes en donde Hamas intentó conseguir concesiones atacando a Israel, con miles de cohetes, e Israel respondió atacando a Gaza desde el aire, y a veces desde tierra, ocasionando enormes pérdidas militares, de civiles y de infraestructura. Esto ocurrió en 2009, 2011 y 2014. Sin embargo, después de cada “victoria” israelí, cuando Israel tenía la mano alta y la oportunidad de iniciar un proceso diplomático, el Gobierno israelí, sin visión de futuro y en contra del proceso de paz, dejó pasar la oportunidad.

Se estableció entonces una especie de consenso en el imaginario colectivo. La paz es imposible, pues no se puede negociar con un grupo que ataca indiscriminadamente a Israel; y ante la debilidad de los moderados palestinos —cuya caída se debe en gran parte a la política de Netanyahu— lo único que le restaba a los israelíes era, cada cuantos años, perder las vidas de sus soldados en enfrentamientos con objetivos tácticos pero sin visión estratégica. Hamas le era conveniente al Gobierno israelí, así lo dijo el ahora secretario de Hacienda y colono extremista, Bezalel Smootrich. Un grupo débil, que podía controlarse y contenerse y que presentaba el pretexto perfecto para evitar buscar la paz y la herramienta para ganar elecciones. Campaña tras campaña desde 2009, y hasta este mismo año, Netanyahu convenció al país de que sólo la mano dura de la derecha podría ofrecer seguridad al país. Este mito se rompió por completo el día sábado.

La invasión de Hamas no sucede en un vacío. En los últimos meses el gobierno de “derecha de carro completo”, como se hace llamar a sí mismo, se dedicó casi enteramente a avanzar una reforma judicial, por la que nadie votó, que pretende otorgarle poder sin riendas ni restricciones. El mismísimo jefe de las fuerzas armadas le advirtió al primer ministro por lo menos en cuatro distintas ocasiones que la reforma, y la polarización de la sociedad israelí que ésta ha causado, eran una amenaza a la seguridad nacional; y que los enemigos de Israel en el norte, el sur y el este percibían la debilidad de la sociedad como una oportunidad para atacar. Su Gobierno siguió a ciegas hacia el abismo. Además de esto, cientos de soldados se transfirieron de distintos lugares y fronteras en el país para proteger a grupos de colonos en Cisjordania que en los últimos años han atacado a civiles palestinos y expandido asentamientos.

El pueblo de Israel se encuentra atrapado entre una organización terrorista islamista barbárica, con capacidades militares, y un Gobierno que se dedicó a todo menos a garantizar su seguridad. La invasión israelí a Gaza, después de los atroces ataques de Hamas en contra de civiles inocentes, es casi inevitable. Sin embargo, después de sufrir el ataque más doloroso de su historia, Israel debe preguntarse cuál es su objetivo. La invasión demuestra que la tesis de que el conflicto con los palestinos se puede manejar sin llegar a una solución es falsa. Ni siquiera una inversión de millones de dólares en tecnología, inteligencia y muros fronterizos pudieron contener la invasión. Israel debe trabajar para destruir al grupo terrorista Hamas y no sólo debilitarlo temporalmente, pero de nada servirá acabar con este grupo y regresar al statu quo. Israel necesita urgentemente de un horizonte estratégico. Después de catorce años que culminaron en una masacre, ha llegado la hora, precisamente en el momento más duro, de pensar en cómo reanudar el proceso de paz.

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