Hace año y medio, cuando comenzó la invasión de Rusia a Ucrania, se manejaron dos hipótesis: que la guerra sería breve y culminaría con la anexión de parte del territorio ucraniano o que el conflicto se extendería en el tiempo y el espacio, creando una situación parecida al arranque de las dos guerras mundiales del siglo XX. Poco a poco, la segunda hipótesis se va confirmando, no sin algunos matices decisivos.
Es difícil, analíticamente hablando, sostener una desconexión total entre el ataque masivo de Hamas contra Israel, hace unos días, y la guerra en Ucrania. La invasión rusa, a pesar de haber sido reiteradamente repudiada en la ONU, ha producido un contexto de relegitimación global de la guerra, que aprovechan no pocos actores internacionales.
De hecho, las relaciones entre Rusia e Israel venían deteriorándose aceleradamente en los últimos meses. Durante el gobierno de Neftalí Bennet se intentó una diplomacia cuidadosa con Rusia, en buena medida, por las implicaciones del vínculo conflictivo con Siria y el protagonismo de Moscú en ese país. Con el regreso de Benjamín Netanyahu, con una coalición de partidos ultra-ortodoxos y de extrema derecha, las tensiones con Rusia han escalado.
El ataque de Hamas busca capitalizar las fracturas internas en Israel y, a la vez, las fricciones de Rusia e Irán con Occidente. La incursión se propone, también, obstruir las negociaciones de Israel con Arabia Saudita y otros gobiernos vecinos con el propósito de distender la zona. De sumarse Hezbolá plenamente al conflicto, por el flanco del norte, Irán y Líbano entrarían de facto en una guerra cada vez más transnacional.
Desde América Latina, este escenario explosivo demandaría un profesionalismo diplomático que no abunda en gobiernos con liderazgos plebiscitarios, muy dados a la demagogia discursiva. Esto explica que, aunque muchas cancillerías han condenado el terrorismo de Hamas, algunos líderes como Nicolás Maduro y Evo Morales y gobiernos como el cubano y el nicaragüense sólo vean la agresión y el genocidio del lado de Israel.
No hace mucho, en Puebla, representantes de esos gobiernos demandaban una unidad basada en las mismas premisas diplomáticas. La pregunta ineludible es qué premisas compartidas puede haber ante enfoques partidistas y unilaterales, incapaces de denunciar el terrorismo y la violencia de cualquier lado del espectro geopolítico. Digo “cualquier lado” porque no hay sólo dos, Israel y Palestina, como machaca el reduccionismo ideológico.
La misma ambivalencia que se produjo ante la invasión rusa de Ucrania se repite, en estos días, ante el ataque de Hamas contra Israel. La incapacidad para distanciarse de la violencia y el terror de unos u otros y para denunciar el terrorismo, venga de donde venga, es reveladora de un ascendente sectarismo que traspasa la opinión pública y las redes sociales, y se instala en las políticas exteriores de nuestros países.