Calvino y sus latinoamericanos

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Ítalo Calvino Foto: ULF ANDERSEN / BLACKARVIVES

En este centenario del escritor italiano Ítalo Calvino hay dos biografías que leer: la del poeta, narrador y crítico Antonio Serrano Cueto, profesor de la Universidad de Cádiz, y la del novelista y ensayista italiano Ernesto Ferrero. El estudio de Serrano Cueto lo publicó hace algunos años la Fundación José Manuel Lara, bajo el título Ítalo Calvino: el escritor que quiso ser invisible (2020), y el de Ferrero acaba de aparecer bajo el sello Einaudi.

Ambos libros destacan los vínculos del escritor con América Latina, que pasan por la experiencia de sus padres en México y Cuba, sus viajes a diversos países de la región y su matrimonio con la traductora argentina Esther Judith Singer, más conocida como Chichita Calvino. Pero quedan algunas cosas que decir sobre esos vínculos, sobre todo, en la más reciente biografía de Ferrero, donde apenas se mencionan muy superficialmente las lecturas latinoamericanas de Calvino.

No es dato menor, como ha recordado Serrano Cueto, que Ítalo y Chichita se casaran en La Habana, en 1964, durante el viaje del escritor italiano, en busca de las huellas de sus padres en Santiago de las Vegas. Ese viaje fue impulsado, en gran medida, por Julio Cortázar, quien escribió a Calvino con entusiasmo sobre la realidad cubana tras su primera visita a la isla en 1962. Cortázar, a su vez, recomendó a Calvino con Antón Arrufat, director de la revista Casa de las Américas, cuando Calvino visitó la isla.

La relación de Calvino con Cortázar estaba ligada a la pasión de ambos por la literatura fantástica. Una pasión que haría de Calvino un lector leal de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Especialmente los cuentos de Borges fueron siempre lectura de cabecera de Calvino, quien llegó a conocerlo, justamente, en un congreso sobre literatura fantástica, en Sevilla, donde el escritor argentino, luego de la introducción de ambos que hiciera Chichita Calvino, habría dicho que “lo reconoció por su silencio”.

La ensayística de Calvino está llena de alusiones a Borges, pero tal vez, la muestra más clara de esa influencia se encuentre en algunas entrevistas, en las que el escritor italiano sostuvo que la idea original de Si una noche de invierno un viajero (1979) había nacido en medio de lecturas de relatos del argentino. A pesar de esa poderosa conexión, los vínculos más frecuentes entre Calvino y América Latina serían con la Generación del Boom.

Cortázar glosó a Calvino en Último round (1969), a propósito de dos temas muy caros a Borges: la biblioteca ideal y los libros apócrifos. Y Carlos Fuentes le dedicó un artículo, en la revista Vuelta, en 1985, a la muerte del escritor italiano, en que lo asociaba a Cervantes, a Sterne y a Diderot, y lo presentaba como una actualización de la gran tradición novelística moderna. Decía Fuentes que “el arte de Calvino requería de estructuras abiertas, incompletas, fragmentarias…” Lo cual sólo era posible por medio del “uso maravilloso de la elipsis, el enigma y la pregunta”.

Calvino mismo fue fundamental para la conformación del catálogo del boom de la nueva novela latinoamericana en Italia. Julio Cortázar y Carlos Fuentes, pero también Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, fueron traducidos y publicados en Einaudi, cuando Calvino actuaba como asesor de esa importante casa editorial italiana. El crítico uruguayo, Ángel Rama, gran admirador de Calvino, mantuvo correspondencia con él desde Caracas, conectando a Ayacucho con Einaudi.

El nombre y apellido de Giulio Einaudi aparecerían, junto a los de Ítalo Calvino, en la carta abierta a Fidel Castro, en protesta por el encarcelamiento y luego autocrítica del poeta y traductor cubano, Heberto Padilla, y su esposa, la también poeta Belkis Cuza Malé, el 20 de mayo de 1971. Este desencuentro y su prolongado impacto en la recepción de la literatura latinoamericana en Europa, en la Guerra Fría, también hacen parte de la biografía de Ítalo Calvino.

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