Sin crítica no hay progreso de ningún tipo. Por ejemplo, si no se critica a tiempo y de manera acertada un proyecto mal hecho para construir un puente, puede que luego se derrumbe. Si no se critica la actitud majadera de un esposo con su esposa, el matrimonio puede correr peligro de disolverse.
La crítica nos permite corregir o, por lo menos, evitar el error y, por lo mismo, acercarnos a la verdad o por lo menos, alejarnos de la falsedad. Por eso, en vez de enojarnos con quien nos hace una crítica justa y correcta, deberíamos darle las gracias porque nos protege del fracaso y nos rescata de seguir creyendo lo falso.
Sin embargo, le tenemos miedo a la crítica, porque muchas veces va acompañada de desprecio, humillación e incluso de odio. Por eso, conviene distinguir entre una crítica buena y una mala. La buena va dirigida a un asunto y busca prevenir un daño. La mala va dirigida a una persona y lo que busca es repudiar una idea o derribar un proyecto. La crítica mala, por lo mismo, muchas veces es destructiva, pero ¿en qué sentido puede ser constructiva una crítica buena?
No faltará quien diga que la frase “crítica constructiva” es un oxímoron. La crítica tiene que destruir, aunque sea un poquito, de otra manera, al dejar todo intacto, no corregiría nada. Me parece que una manera de entender el concepto de la crítica constructiva, como un caso particular de lo que he denominado —de manera algo vaga— como la buena crítica, es concebirla, más bien, como una crítica reconstructiva, es decir, como una crítica que primero destruye y luego reconstruye para que lo nuevo sea mejor, aunque sea un poco mejor, que lo que se tenía antes.
Cuando pienso en un cómo hacer esa crítica re-constructiva en el plano de mi profesión, la filosofía, siempre recuerdo el ejemplo práctico de mi inolvidable maestro Raúl Orayen (1942-2003).
Cuando Raúl hacía la crítica de un argumento, efectuaba una tarea que puede dividirse en tres momentos: En el primero, él discernía la estructura y los elementos del argumento en cuestión; en el segundo, detectaba sus debilidades, por ejemplo, cuáles de sus premisas eran poco probables o incluso falsas, y en dónde estaban sus saltos inferenciales cuestionables o incluso inválidos; en el tercer momento proponía una manera de fortalecer el argumento original, reemplazando las premisas cuestionadas por otras más probables, y corrigiendo los saltos inferenciales para hacerlos más sólidos, lo que, en ocasiones, modificaba la conclusión original para hacerla más aceptable.
Me parece que el modelo de Orayen puede usarse en otros campos diferentes al de la filosofía. Una crítica constructiva, como toda crítica buena, debe hacerse para orientar a alguien que anda perdido, pero, sobre todo, para acercar a la verdad a todos los involucrados en el asunto discutido.