La cultura de la derrota

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Una vez más se confirma, en América Latina, la débil cultura de la derrota en una región donde lo más frecuente, en política, son las elecciones competidas en las que no gana el candidato o la candidata oficial. La alternancia en el poder se vuelve rutinaria en el continente y, sin embargo, quienes son derrotados son incapaces de asimilar que perdieron y, en el menos grave de los casos, articulan un discurso justificativo y revanchista, cuando no enturbian la sucesión con conflictos post-electorales o amagos golpistas. En Guatemala, el triunfo contundente de Bernardo Arévalo y el Movimiento Semilla, refrendado por los tribunales electorales y constitucionales, sigue siendo obstruido por el poder judicial y el gobierno saliente de Alejandro Giammattei. A ese clima incierto en el país centroamericano contribuye una absurda legislación constitucional que da un plazo demasiado amplio entre la contienda y la asunción del nuevo gobierno.

La resistencia que interponen esos poderes a la limpia y amplia victoria de Arévalo puede explicarse por los viejos reflejos golpistas de las derechas en América Latina y el Caribe, pero también por los miedos concretos de sectores corruptos de la clase política guatemalteca a un nuevo gobierno que podría hacer frente a las graves limitaciones al imperio de la ley en ese país centroamericano.

Un poco más al sur, en Ecuador, se ha verificado un nuevo triunfo electoral que conduciría a la alternancia en el poder. Esta vez, la corriente derrocada es la de la Revolución Ciudadana, encabezada por Rafael Correa, quien gobernó el país andino durante diez años consecutivos, entre 2007 y 2017, y aspiraba a consolidar la hegemonía de su movimiento a través de la candidata Luisa González.

El respaldo no sólo de Correa sino de sus aliados en el bloque bolivariano, a la candidata González, se hizo evidente en los últimos meses y, de manera ostensible, en la pasada reunión del Grupo de Puebla en México. ¿Contribuyó ese alineamiento a la vez político y geopolítico, al triunfo de Daniel Noboa, un empresario y economista muy joven, con poca experiencia, pero que logró armar una candidatura exitosa en breve tiempo, que sacó casi cinco puntos de ventaja al correísmo? Puede ser.

Noboa, que proviene de una vieja familia de la política ecuatoriana, no se inscribió en la nueva órbita de las derechas extremas en América Latina. Apuntó, más bien, a una base electoral centrista, harta de la polarización y alcanzó un triunfo holgado. La lectura que está haciendo de su derrota, el correísmo, sin embargo, atribuye el triunfo de Noboa a un “giro reaccionario” en la región.

Lo cierto es que los resultados electorales, en Guatemala y Ecuador, confirman dos tendencias de gran alcance en la política regional: el predominio de la volatilidad electoral o la alternancia en el poder, y la importancia del rescate del centro en sociedades desiguales y sometidas a diversos tipos de violencia y confrontación.

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