No duele… ¡Mata!

GENTE COMO UNO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: Imagen: La Razón de México

La mañana que percibí un bultito en mi seno izquierdo, me dio un tumbo en el corazón. Volví a tocar segundos después y sí, ahí seguía, y se movía, pero dolía.

en 2022 se registraron 23 mil 790 nuevos casos de cáncer de mama en México, entre personas mayores de 20 años. De acuerdo con la Fundación Cima, detectar un caso a tiempo las posibilidades de cura son de hasta 85 por ciento. Diversas universidades y asociaciones realizan talleres de autoexploración de mama. En la imagen, taller impartido en la UAEM. ı Foto: Cuartoscuro

En mi mecanismo de defensa de emergencia, rapidito recordé la voz de aquel especialista que en alguna entrevista me dijo : “el cáncer no duele”.

“Entonces no ha de ser cáncer” pensé, porque “el cáncer no duele” y además, la vida no me puede salir ahorita con esta sorpresa. Y apurada me vestí.

“El cáncer no duele, el cáncer no duele..” me repetí como mantra mientras me sentía como si acabara de ser asaltada. ¿A quién le llamo? ¿A quién le aviso primero?.

Revisé mi agenda del día para ver si en algún momento “me daba tiempo” de escaparme al médico, y entonces, como en un ataque de esquizofrenia, escuché la voz de mi amiga Francesca cuando me regaña: “¿Hasta cuándo tu trabajo va a ser lo primero? ¿cuál es tu tope?”.

Tomé mi celular, busqué el contacto de mi ginecólogo, lo seleccioné, pero no marqué. Me fui a trabajar.

“Seguro es algo que tiene que ver con los implantes” pensé durante el trayecto a la oficina y no hablé de eso con nadie durante todo el día. Estaba tan asustada que no podía

ni verbalizarlo.

Ni me fijé que ya pasaban de las 9 de la noche, cuando le envié un primer mensaje a mi ginecólogo: “¿Te puedo marcar ?”…

No pasaron ni 12 horas de aquella llamada cuando ya estaba yo enfundada en esa horrible batita azul y llenando un formulario tan rotundamente específico, que hizo palidecer a mis pensamientos más catastróficos.

El mastógrafo no es un aparato amigable en ninguna circunstancia y menos cuando ya hay una instrucción dirigida. “No respire” piden en cada toma, y la verdad no es tan complicado cuando uno ya lleva mas de 10 horas sin aliento.

La peor parte siempre es la espera que sigue, de salita en salita: “No se vista todavía. El doctor va a revisar las tomas para ver si no es necesario hacer también un ultrasonido de mama”.

Me quedé ahí, en ese sillón junto a una mesita que tenía encima un libro gordo: “Todas las tiras de Mafalda” de Quino. Lo último que hubiera imaginado encontrar en la sala de espera de un consultorio de radiología especializada en cáncer de mama.

En mi cruzada contra mi ingobernable pesimismo, en lugar de ponerme a leer a Mafalda, comencé a juntar mi ropa para volver a vestirme, pero reapareció la temible enfermera con su sonrisa congelada, como queriendo diluir lo que seguía:

“Tome sus cosas, vamos a pasar al ultrasonido de mama. Ya luego podrá vestirse”…¡Traz!…

“Que broma más jodida del pinche eclipse, que según los astrólogos, todo lo acelera” pensé mientras me ponían en un seno el gel ese, que al menos

estaba tibio.

¿Cuantas historias habré contado yo de mujeres sobrevivientes de cáncer de mama? Ya ni me acuerdo, pero al menos un par de decenas.

La última fue la actriz Patricia Reyes Spindola, a quien hace un par de meses fui a entrevistar a su casa de San Miguel de Allende, donde me mostró las fotografías que le hizo el director Pedro Torres, cuando su seno estaba

recién mutilado.

Ella, con ese humor negro tan suyo, como niña jugó con su cicatriz a la que disfrazó de flor, de arma de fuego, de corazón de milagrito mexicano, de

fruta de bodegón.

Y en eso pensaba yo mientras el transductor recorría cada rincón de mi seno izquierdo, que se mostró en su modo menos sensual a través de ese aterrador monitor de ecografía.

Mi diagnóstico fue benigno y hoy estoy muy agradecida por ello, en este mundo en el que muere una mujer cada 68 minutos víctima de cáncer de mama.

Lo peor es que en muchos casos, algunas de ellas fueron más víctimas del miedo, que les impidió llegar a tiempo al mastógrafo que pudo salvarles la vida.

Tan solo en 2022 se detectaron 23 mil 990 casos nuevos de cáncer de mama en México.

Y es que a veces el miedo, es más letal que la enfermedad misma y el tiempo, que puede ser el mejor aliado, resulta el soldado más traidor en la batalla.

El cáncer no duele, no avisa, va matando de a poquito, si te dejas… Como me advirtió mi médico en otra ocasión: “Si resulta que tienes cáncer, al menos ya sabemos de lo que no te vas a morir”…

Y es que la vida todos los días es una decisión personal, de muchas maneras. ¿Por qué temerle entonces a la enfermedad, si de antemano sabemos cómo poner al tiempo de nuestro lado?...

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