Otra vez, carretadas de dolor en torno a mí y yo, sin palabras para pronunciarlo. Para darle nombre.
Por un lado, están las tragedias que llegan espalda con espalda: en Medio Oriente, un huérfano al que una bomba le destruyó la cara y las dos piernas, los cinco cuerpos envueltos de una familia aniquilada sin motivo. Infinidad de palestinos e israelíes están viviendo la barbarie irremontable, el odio y el horror acendrados por décadas, aunque la sangre de ambos sea del mismo color. En México, fallecidos y caos en Acapulco, más la desolación de los muchos cuya casa o negocio es hoy un trapo ajado. Y los Días de Muertos, que además de familiares hincados en el costillar, también recuerdan a víctimas de feminicidio, desaparición, violencia generalizada.
Más cerca, una amiga, viuda reciente, no levanta la cabeza, sólo arrastra el ánimo por los suelos (qué metáfora más plástica, antes de que nos acostumbráramos a ella, pero la poesía recupera el asombro de lo que decimos sin poner atención). Pero sobre todo, me impotencia no suavizar el duelo de Rocío, mi amiga de sangre desde hace casi treinta años, quien ha llorado conmigo y me ha prestado sus piernas para caminar: ahora perdió a alguien de sus honduras, está triste “hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo”. Recuerdo ese verso del poeta mayor: César Vallejo. La abrazo y la escucho. Quisiera ofrecerle un espacio seguro donde pueda articular esta nueva ausencia: creo que decir los emblemas del pesar ayuda en el proceso de acomodarlos, aunque me desespera no tener una venda para su mundo de adentro.
Abro la Poesía completa de Vallejo y busco la cita que me está rondando. Mientras paso páginas leo esto: “la muerte actúa en escuadrón”. El peruano nos incluye a todos en esa frase. ¿Quién no ha sentido que un destacamento de sepultureros le apunta a su gente? Más de una vez he estado ahí.
Al fin llego al poema que buscaba. Se llama “Los nueve monstruos”:
“desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces [...]
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil [...]”.
Qué mirada tan larga, tan testaruda, la del poeta que tiene especialidad en volverse mi cercano, como un semejante. Es así, como lo dice. Pregunto: ¿adónde se va el sufrimiento? ¿Dónde cava su escondrijo ampuloso? ¿Qué hacemos con él, para que no se transforme en calentura, pus, rencor o indiferencia? Cada quien tendrá una salida; la mía es drenarlo, escribiendo. Y abrazar a mis indispensables.
Hoy me con-muevo con Rocío, arrimo mis huesos a los suyos, le regalo estas palabras del peruano y la quiero un poco más que otros días. Ojalá eso la consolara un poco.