Faltan todavía muchos meses para la elección presidencial del 2 de junio de 2024. Sin embargo, ciertas fuerzas políticas dan ya por sentada una tendencia irreversible de cara al resultado.
Hagamos un poco de memoria sobre nuestra reciente historia electoral contemporánea. ¿Qué ocurría en un momento como hoy, siete u ocho meses antes de la jornada electoral, en las últimas cinco elecciones presidenciales?
A estas alturas, en 1993, Carlos Salinas gozaba de un enorme prestigio como el gran presidente reformador y, en el horizonte a la vista, la entrada en vigor del primer tratado de libre comercio de Norteamérica. Todavía ni siquiera se había hecho “el destape” de Luis Donaldo Colosio y —salvo quien tuviera información de inteligencia de Estado— nadie podía imaginar que vendría el levantamiento zapatista y el asesinato del candidato. Su sustituto, Ernesto Zedillo, fue perdiendo algunos puntos en las encuestas, pero, de todas formas, triunfó rotundamente en la elección de julio de 1994.
Hace 24 años, Francisco Labastida fue destapado como candidato del PRI. Desde entonces, y durante toda la campaña, las encuestas lo daban como amplio, contundente e inequívoco ganador. Sin embargo, ni la aplanadora de la inmensa mayoría de gobernadores, ni la alta aprobación del presidente Ernesto Zedillo (mayor a la del actual presidente), ni los recursos del entonces poderosísimo gobierno priista, impidieron la primera alternancia y Vicente Fox terminó ganando claramente la elección presidencial de 2000.
¿Qué duda cabía, en noviembre de 2005, que el candidato de la Coalición por el Bien de Todos, el perredista Andrés Manuel López Obrador, victimizado y sacando toda la raja posible del intento de desafuero como jefe de gobierno capitalino, estaba predestinado a ganar la elección del año siguiente? Las encuestas de entonces traían una descomunal intención de voto a su favor. Hasta se rumora que le decían: “Vas a ser presidente, aunque no quieras”. Como se sabe, con el transcurso de la campaña se fue acortando la brecha y, en una elección muy cerrada, terminó ganando la presidencia Felipe Calderón.
El ciclo electoral 2011-2012 terminó siendo el más predecible. A estas alturas, Enrique Peña lideraba las preferencias y nunca dejó la delantera. Pero, al final, ganó por un margen mucho más ajustado que el que las encuestas vaticinaban en el mes de noviembre previo a la elección.
Por estas fechas, hace seis años, en su tercer intento, López Obrador lideraba las intenciones de voto, pero no con suficiente contundencia, lo que tal vez motivó —sólo es una especulación— que la coalición que lo postulara incluyera a socios tan ideológicamente opuestos como el PT y el PES. La jornada electoral de 2018 le terminó dando un triunfo mucho más holgado de lo que vaticinaban las encuestas en noviembre del año previo.
Y sobre el factor de la aprobación presidencial: es una gran mentira, vilmente muy repetida, que nunca antes había habido un presidente mexicano tan popular como el actual. Eso es falso. No sólo Zedillo, sino también Fox y Calderón cerraron sus respectivos mandatos con aprobaciones igual de elevadas o, inclusive, superiores, a la del presidente actual (Peña fue una clara excepción). A juzgar por este puñado de casos, tener una alta evaluación presidencial no garantiza que el candidato del gobierno en turno termine ganando la elección; aunque, por el contrario, queda claro que, si la aprobación presidencial es baja, se incentiva la alternancia.
Moraleja: en tiempos de uso de las encuestas como instrumentos de propaganda, a veces, “del plato a la boca se cae la sopa”.