El primer ministro de Portugal, António Costa, presentó su renuncia al cargo la semana pasada tras verse implicado en un escándalo de corrupción que ha afectado a su círculo más cercano. La Fiscalía ha emitido órdenes de detención y ha registrado edificios gubernamentales en una investigación sobre posibles delitos de corrupción, prevaricación y tráfico de influencias entre funcionarios y amigos del primer ministro, provocando la primera renuncia de un jefe de gobierno en la historia de Portugal.
La investigación se centra en varios proyectos empresariales de alto perfil, como los relacionados con la minería de litio para el suministro de la industria tecnológica y automotriz, así como contratos con empresas tecnológicas. La Fiscalía ha afirmado que en el curso de sus investigaciones los sospechosos invocaron repetidamente el nombre y la autoridad del primer ministro, a quien se señala de haberse coludido con sus amigos y funcionarios para desbloquear y facilitar procedimientos.
Costa ha asegurado que no tenía conocimiento de la investigación y que tiene la conciencia tranquila. Sin embargo, en un discurso público señaló que la dignidad del cargo de primer ministro es incompatible con cualquier señalamiento o sospecha de corrupción, por lo que presentó su renuncia. Veremos si su conciencia tranquila coincide con los hallazgos de la investigación judicial.
Detrás de este escándalo se esconde una trama de influencias que involucra a varios empresarios y consultores que actuaban como intermediarios entre el Gobierno y las empresas interesadas en los proyectos. Estos hombres, que se autodenominaban influencers, habrían cobrado comisiones ilegales por facilitar los contactos y agilizar los trámites administrativos. Entre los detenidos se encuentra Vítor Escária, jefe de gabinete de Costa, el ministro de Infraestructuras, Joao Galamba, así como Diogo Lacerda, abogado y viejo amigo del primer ministro, quien, supuestamente, traficaba influencias aprovechando su cercanía con el funcionario.
La dimisión de Costa abre la batalla por el liderazgo en el socialismo portugués y deja a Portugal en una situación de incertidumbre política. El presidente Marcelo Rebelo de Sousa ha convocado elecciones anticipadas para el 10 de marzo, tras descartar nombrar a otro primer ministro de la actual legislatura. La oposición de centro-derecha, liderada por el Partido Social Demócrata, intentará aprovechar el desgaste de los socialistas y tampoco puede descartarse el auge de la extrema derecha, cuyo partido Chega, hoy es la tercera fuerza política aún cuando se fundó en 2019.
La renuncia de Costa supone también un duro golpe para la credibilidad y la estabilidad de Portugal, que se había convertido en un ejemplo de gestión económica y social en Europa. El país que salió de la crisis financiera con un programa de austeridad y reformas había logrado reducir su déficit, aumentar su crecimiento y mejorar sus indicadores sociales. Además, había sido uno de los países que mejor había afrontado la pandemia del coronavirus, con una rápida vacunación y una baja incidencia. Sin embargo, hoy todo está en riesgo por un escándalo de corrupción. Portugal se enfrenta a un escenario de inestabilidad y desconfianza que puede afectar a su recuperación económica y que nos recuerda que los riesgos de corrupción existen en todas las latitudes, aunque en algunos lugares los implicados tienen la mínima decencia, al menos, de renunciar a sus cargos.