Aunque todavía nos cueste trabajo creerlo, los hechos ocurridos el 7 de octubre en Israel fueron crímenes en contra de la humanidad: violencia sexual, desaparición de 240 personas, torturas a mujeres, niñas, ancianos y bebés.
Lo sabemos por las pruebas forenses, por los videos que los propios terroristas compartieron en las redes sociales, por los testimonios de los criminales detenidos, por las evidencias encontradas y documentadas en los sitios. Y tanto los testimonios como las pruebas son consistentemente horrorosas, crueles e inhumanas.
A pesar de esto, la opinión internacional ha sido adversa a posicionarse, a condenar las atrocidades, e incluso, ha cuestionado las evidencias y los testimonios de las víctimas: las violaciones de las mujeres asistentes al festival de música no han sido denunciadas ni repudiadas mundialmente, como correspondería hacerlo; los organismos internacionales han permanecido en silencio, ignorando el dolor de las mujeres, niñas y ancianas israelíes.
Pocas voces insisten en la liberación de los 240 rehenes, cuando debería ser algo que exigiéramos todos los días pues, sin duda, es condición necesaria para desescalar la violencia que nos lastima a todos. Finalmente, el sesgo informativo ha sido ominoso. Esto es a lo que la filósofa Miranda Fricker denominó “injusticias epistémicas”.
Las injusticias epistémicas son la negación o violación de la capacidad de una persona para actuar como un agente epistémico debido a prejuicios o sesgos, lo que les impide obtener, compartir o ser reconocidos como poseedores de conocimiento válido. Es decir, cuando las palabras de una persona no son tomadas en serio, pues sobre ella pesan sesgos o prejuicios fuertes.
Específicamente, la injusticia testimonial se presenta cuando se menosprecia o pone en duda la confiabilidad de alguien por motivos como su género, etnia, nivel socioeconómico, preferencia sexual, entre otros, en vez de evaluar la fiabilidad de lo que expresan considerando directamente el contenido o la evidencia presentada. Y esto es, precisamente, lo que ha ocurrido con los ciudadanos israelíes desde el 7 de octubre: Hamas cometió atrocidades por el descarado antisemitismo que los caracteriza; mientras que la comunidad internacional ha sido ambigua, falsamente imparcial e incrédula de lo ocurrido por el antisemitismo velado de muchos de sus representantes.
Solamente hay algo peor que padecer violaciones graves a derechos humanos: que la comunidad ignore tu testimonio o cuestione la credibilidad de tu desgracia. Y eso es lo que ha ocurrido con las víctimas del pueblo israelí desde el 7 de octubre: primero, la crueldad inhumana extrema; después, la incredulidad del sufrimiento padecido.
En nosotros está apostar por el diálogo respetuoso, en el reconocimiento y exigencia de justicia para todas las víctimas —israelíes o palestinas—, en detener los discursos de odio, polarizantes y deshumanizantes. Cualquier otra cosa es, simplemente, vergonzosa.