Cifras recientes lo confirman, la economía mexicana continúa creciendo a un ritmo respetable, incluso por arriba de lo esperado. Contrario a las versiones que anticipaban una desaceleración en la segunda parte del año, los datos de crecimiento del PIB han sorprendido y apuntan lo contrario.
De acuerdo con el Inegi, la economía mexicana mostró una aceleración al crecer en el tercer trimestre 1.1% respecto al periodo anterior. Además de que, en la estimación previa realizada por el mismo Inegi, el cálculo era de 0.9%, el avance definitivo es el mayor registro de crecimiento trimestral de los últimos cuatro trimestres.
La cifra reportada coadyuva a fortalecer la expectativa de que el PIB de México avanzará este año a una tasa anual cercana a 3.4%. Una evaluación correcta de este desempeño tiene que realizarse a la luz de varios elementos. En primer lugar está el factor “sorpresa”, es decir, frente a las expectativas –con excepción de la estimación oficial– que se tenían hace un año que predecían un avance de la economía de sólo 1%, la actividad productiva ha crecido más del triple que lo esperado. En segundo lugar, conviene preguntarse por qué ha sido mejor el desempeño de la economía, y más aún en un contexto donde hay condiciones que claramente frenan el crecimiento, como la acentuada desaceleración del mercado manufacturero de Estados Unidos y el ambiente de alta inflación que ha implicado una política monetaria restrictiva con altas tasas de interés.
En efecto, podría resultar hasta contraintuitivo pensar que la economía pueda crecer en un ambiente así. Sin embargo, hay varios elementos que dan una clara explicación. Para ello, hay que revisar las fuentes del avance económico. En este sentido, hay dos vías por las que la economía puede crecer, la de la demanda externa –exportaciones– y/o la demanda interna referida al consumo y la inversión.
En este espacio hemos comentado que buena parte de las políticas públicas en esta administración, principalmente pasada la crisis económica, han estado encaminadas a fortalecer el mercado interno vía un mayor impulso al consumo –v.g. programas sociales, mayores salarios y formalización del empleo– y, recientemente, con una mayor fuerza la inversión, la cual, principalmente a través de los proyectos públicos de infraestructura y transporte, impulsa también el gasto privado. Tan sólo en los primeros ocho meses del año la inversión bruta fija total ha crecido 26% y ha alcanzado niveles históricamente altos.
Para los años siguientes, es difícil, pero no imposible, que se pueda mantener este ritmo de crecimiento económico. Los límites que impone la estabilidad de la macroeconomía de mantener la prudencia y el equilibrio fiscal, la desaceleración de la economía de Estados Unidos, la necesidad de incrementar la productividad para mantener la fortaleza salarial y del mercado interno, recrear las condiciones para aprovechar las oportunidades del llamado nearshoring y atraer más inversiones locales y foráneas, disminuir todavía más los niveles de inseguridad y fortalecer el Estado de derecho son elementos primordiales para aumentar la capacidad de crecimiento en México, mermada severamente en estos últimos años por los efectos de la pandemia y la crisis económica subsecuente.